Tengo por momentos una tendencia ridícula a alejar de mi vida presente y real todas las cosas que más deseo. Como si tuviera la necesidad oculta de frustrarme, de sentirme lejos de la felicidad. Hay que disminuir drásticamente el nivel de autoexigencia y el de expectativas acerca de la vida, de las vidas dentro de la vida. Y para eso hay que estar más en contacto con la vida real que con la ficticia. Más con la vida real que con la idealizada. Hay que ensuciarse con la vida, amar la vida, llorar la vida, mirarla a la cara, besarla, dejar que nos atraviese. Sin miedo a perderla. Perderla es ésto. Perderla es no animarse a vivir. Parece como si la felicidad nunca nos esperara acá y ahora. Y eso es una trampa. Siempre nos espera de la mano de los que están lejos, de los que perdimos, de recuerdos del pasado, o cosas que queremos lograr pero nos parecen imposibles. Queremos cogerla y se desvanece, se esfuma, está flameando en un futuro lejano, a veces inalcanzable. Hay que acabar con esta trampa. La felicidad está acá. Nos mira con los ojos vidriosos. Espera a que la abracemos, sin miedo a que nos abandone. A veces se ríe de nosotros. A veces llora desconsolada. Pero estamos ciegos. Está acá, siempre a mano, y no sabemos cómo tocarla. Sentimos que no la merecemos. Nos sentimos indignos de ella. La felicidad es para los ignorantes (y no queremos serlo). La felicidad es para los talentosos, para los mejores (y no lo somos, no confiamos lo suficiente en nosotros mismos como para creerlo). La felicidad es para los ricos (y estamos en crisis). No. La felicidad es para todos. La felicidad es para los valientes. La felicidad es para los vivos. No se consigue apagando esta vida, temiendo estar vivos, temiendo estar equivocados, temiendo no ser dignos, temiendo no ser los mejores. La felicidad es para nosotros. Acá y ahora. Con nuestra vida, tal y como es. Con nuestra vida que jamás será perfecta. Con nuestra vida a la que siempre le faltará algo. Con nuestra alma y nuestro cuerpo. Hay que atreverse a ser feliz. Es lo único que nos queda. No tengamos miedo a la vida. No tengamos miedo a la felicidad. A que la felicidad sea tanta que duela, que no nos quepa en el cuerpo. La felicidad no está en el pasado, no está del otro lado del océano, no cuesta dinero, no nos espera en otro país, en otro tiempo, en otra circunstancia. La felicidad depende de nosotros. Nos mira. Nos espera. Está tan cerca. No la ignoremos. No le pongamos un precio tan alto. No le compremos un billete tan lejos. No la encerremos en una inaccesible máquina del tiempo. Adoptémosla. Abracémosla. Hagámosla nuestra. Hoy y todos los días.