¿Cómo se adapta uno al mundo y se mantiene fiel a sí mismo a la vez?
¿Cómo se mantiene la autoestima alta cuando siempre parece que fuéramos contra la corriente?
¿Cómo se puede cambiar el enfoque y el modo y la forma y la metodología y el cómo y la esencia de las cosas para, al fin, poder sentirnos parte de algo significativo?
¿Cómo encontrar fuerzas y tiempo y ganas y energías y motivación y vías y contextos donde exponer y desarrollar nuestro potencial mientras tenemos que, a la misma vez, sobrevivir en un medio para el que no somos aptos?
A veces intento escindirme de cualquier condición o rótulo y permitirme simplemente pensar en cualquier ser humano.
Cualquier persona, en su individualidad, desde su singularidad, en sus pies, en su cabeza, en su alma, en su cuerpo, con su historia a cuestas y con todas sus fortalezas y debilidades. Y descubro que todos tenemos necesidades especiales. Y todos somos obligados a pasar por el tubo. Y si, por la razón que sea, nuestra forma o volumen se alejan mucho de caber por el tubo estaremos fuera del sistema. Desadaptados. Irremediablemente.
¿Por qué soportamos eso?
¿Por qué aceptamos que definan cuáles deberían ser nuestras necesidades para que puedan estar medianamente satisfechas?
¿Por qué toleramos que esa sea la ración y que nos tiene que alcanzar?
Pienso en una talla única. De ropa y de zapatos. En una ración única de agua y de comida. En una lengua de comunicación única. Escrita y oral. En una temperatura ambiente única. En un espacio de medidas estándar. En muebles y calles y escalones y coches y alturas de barandillas y anchos de aceras. En un mundo entero completamente fuera de escala. Un módulo en el que solo una ínfima porción de la población pudiera encajar. Y el resto tuviera que intentar sobrevivir. Con tamaños 5, 10, 100 veces más grandes o más pequeños que todo ese extraño hábitat. Un ser humano intentando vivir en una casa de muñecas. Una hormiga montando en ascensor y teniendo que darle al panel para llegar a la décima planta a tiempo.Y así. Así ir al colegio. Así elegir una carrera. Un oficio. Una profesión. Así relacionarse con las demás personas. Así conseguir un trabajo. Así intentar vivir una vida mínimamente funcional y encontrarle algo de sentido. Escuchando críticas. Quejas. Juicios. Recibiendo mensajes negativos. Viendo invalidadas tus inquietudes, pensamientos, necesidades, emociones, ideas, métodos, caminos.
¿Cómo se hace?
¿Cómo, en un mundo paramétrico en el que ser distinto es verse sometido al juicio de un sistema entero que nos culpa de no entrar por el tubo, de no entender las reglas, de no disfrutar de la ración, de no poder caminar con unos zapatos cinco tallas más pequeños que nuestros pies?¿Cómo se puede hacer valer la propia identidad y sustancia y esencia y visión?
¿Cómo pueden decidir por nosotros qué deberíamos necesitar, sentir, pensar, hacer, cómo funcionar, decidir, razonar, aprender, relacionarnos?
¿Si no saben lo que es ser nosotros? Nadie sabe lo que es ser el otro.
¿Cómo pueden juzgar con tanta soltura nuestra supuesta rareza y tildarla de falta de eficiencia mientras se nos exige cumplir con una lista de tareas a realizar de una determinada manera que estamos obligados a asumir para poder ser parte de un mundo fuera del que es prácticamente imposible sobrevivir? Un mundo que puede por momentos parecernos absoluta y abrumadoramente inabordable.
Todas las personas tenemos necesidades únicas, especiales, cuya urgencia por cubrir es muchas veces impostergable, vital.
Y mientras tanto, sedientos y confusos, intentamos parecer en calma, mantener un cierto grado de integridad y control sobre la situación, cuando sencillamente pareciera que la realidad, en toda su inconmensurable magnitud, está completamente fuera de rango.