Es muy difícil atreverse a hablar de la envidia. Es difícil que la gente asuma que es envidiosa. E igual de difícil es afirmar que nos sentimos envidiados. Con la envidia, al contrario que con el amor, no queremos estar en ningún rol. No queremos ni sentirla ni despertarla. Pero existe. Está ahí. Y mucho más cerca de lo que quisiéramos.

El tabú que desenmascararemos hoy en torno a las altas capacidades es el de la envidia. Porque siguen existiendo muchos tabúes en torno a las altas capacidades y gran parte de la tarea que se realiza al diagnosticar, concientizar y visibilizar va encaminada hacia la auotaceptación y el desarrollo de la identidad en sus múltiples facetas, hacia la autoconfianza y el descubrimiento del talento para vencer el perfeccionismo y la incertidumbre y llevar una vida plena. Pero los tabúes muchas veces agregan piedras en un camino que ya es bastante difícil de transitar. Y cuando hablamos de tabúes nos referimos a todos esos momentos incómodos en que las altas capacidades se vuelven un problema y nos preguntamos si es mejor hablar o seguir adentro del armario ¿Pensarán que me creo superior? ¿Se alejarán de mí? ¿Creerán que soy una persona inaccesible y complicada? ¿Pensarán que tengo complejo de superioridad? ¿Hará que me juzguen o me miren o esperen demasiado de mí? ¿Esperarán que sea el mejor en todo y tenga siempre la respuesta? ¿El rechazo será aun mayor si soy lento, cometo errores, me entusiasmo demasiado con algo o parezco tímido? Nadie quiere tener un cartel luminoso en la frente. De ninguna clase. Todos queremos ser normales ¿Por qué? Porque queremos ser parte. Queremos sentirnos comprendidos y valorados. Y si nos sale un cartel luminoso en la frente que nos diferencia, el riesgo de exclusión o prejuicio, y consiguiente aislamiento, siempre es mayor.

Las personas con altas capacidades tienen que aprender a convivir con la envidia, la mirada crítica y las exigencias del entorno. Y no siempre se tienen las herramientas y habilidades para convivir con eso y no acabar muy afectado a nivel psicológico y emocional. Las personas con altas capacidades no tienen la culpa de ser como son. Ni de ser buenos alumnos, cuando es el caso. Ni de tener más facilidad para entender las cosas o entender a los demás. Ni de su intensidad y sensibilidad, que muchas veces les hace brillar en ciertos entornos, sin ningún esfuerzo. Los padres de niños y niñas con altas capacidades tampoco tienen la culpa de que sus hijos sean como son. Y ni se sienten superiores ni sienten que sus hijos sean superiores a nadie ¿O no es perfectamente entendible estar orgulloso de un hijo que gana las pruebas de atletismo, o los concursos de pintura o los certámenes literarios? Pero cuando se trata de inteligencia, parece que se hieren las susceptibilidades y muchas personas se ponen a la defensiva o se sienten disminuidas y muestran lo peor de sí mismas.

Es muy frecuente que, por su mayor empatía, sensibilidad, autocrítica y la complejidad de sus pensamientos, una persona con altas capacidades que recibe gestos o manifestaciones de envidia se sienta culpable, cuestione su manera de ser o de dirigirse a los demás, se sienta herida y rechazada y se aísle. Se pregunte si habrá dicho algo que no estuvo del todo bien, si habrá hecho alarde de su capacidad sin darse cuenta, si estará siendo injusto con alguien, si no será mejor abstenerse de participar, opinar o continuar en ese grupo con tal de no incomodar a nadie y volver a sentirse expuesto.

Hay quienes hablan de envidia buena o envidia sana, como una variante menos problemática y hasta constructiva de ese espantoso pesar por el bien ajeno. Esta envidia buena o positiva sería la que nos ayuda a ver qué es eso que deseamos del otro y no tenemos o creemos no merecer, pero una vez conscientes de eso nos activa para conseguirlo, nos pone en marcha, nos motiva y nos hace dar cuenta que el otro no tiene la culpa de nada y que nosotros podemos tomar las riendas de nuestra vida y conseguir las cosas que deseamos. Pero la mayoría de las veces la envidia se presenta con su cara más cruel y despierta emociones y acciones destructivas para el que la siente y para el que la genera.

Como ocurre con casi todas las demás situaciones problemáticas que derivan de las relaciones humanas y la mala gestión de emociones y habilidades sociales, es importante aceptar que no podemos tener casi ningún control sobre lo que hagan o sientan los otros, mas que el que queda dentro de los márgenes de la ley, el sentido común o las normas básicas de convivencia, pero lo mas conveniente es aprender a manejar las propias emociones y habilidades para contrarrestar y sobrellevar la situación.

Los padres y madres de niños con altas capacidades, los propios niños y niñas, y desde luego los adultos con altas capacidades no tienen por qué sentir vergüenza ni pudor, no tienen por qué esconderse ni mantener su condición en secreto, no tienen por qué aislarse o camuflarse, reprimir su personalidad, apagarse o transformarse en nada que no son. Una persona alta. Una persona morena. Una persona de piel blanca. Una persona de voz aguda. Una persona delgada. Una persona baja, o rubia, o de piel negra o voz grave o complexión robusta ¿tienen que esconderse? ¿tienen que avergonzarse? ¿tienen que amoldarse? ¿tienen que camuflarse? ¿a que nos parece un poco ridículo? Las altas capacidades son una condición. No son ni una enfermedad ni un don. Son una realidad con la que algunas personas nacen y tienen que vivir. Como cualquier otra. Y tal vez sea la sociedad y no las personas la que les lleva a sentirse siempre fuera de lugar. Quizás sea esa estandarización o la tendencia a la competitividad y la búsqueda de la rentabilidad y la efectividad y la excelencia por encima de todo. Porque al final si en casa, si en la comunidad, si en el barrio, si en el colegio, si en la universidad, si en el club, si en el trabajo, si en todo ámbito y en todo contexto existiera verdaderamente igualdad, respeto y aceptación ¿sentiríamos envidia?