Pocas cosas existen más difíciles e incómodas que sentirse fuera de lugar, rechazado, incomprendido, juzgado. Y pocas cosas existen más habituales que esa sensación en las personas con altas capacidades, que a menudo -por no decir constantemente- sienten que su emotividad es demasiado. Que su propia naturaleza es demasiado. Se sienten habitualmente demasiado abrumadas y demasiado abrumadoras. Demasiado complejas. Demasiado analíticas. Demasiado preocupadas. Demasiado autocríticas. Demasiado perfeccionistas. Demasiado intensas. Demasiado sensibles. Demasiado emotivas. Demasiado responsables. Demasiado implicadas. Demasiado conectadas. Demasiado expresivas. Demasiado profundas.

Es muy duro sentir esa desadaptación constante y, sumada a una intuición, percepción y empatía exacerbadas, es casi imposible que una persona con altas capacidades no perciba el más mínimo indicio de que está siendo considerada inoportuna, exagerada, inaceptable, excesiva, inadaptada, superlativa, desubicada, intolerable una vez más.

Al fin y al cabo, resumiendo muy burdamente, todo lo que anhelamos en la vida es sentirnos queridos tal y como somos. Eso nos ayuda a construir nuestra identidad saludablemente con una base firme de autoconfianza, validación y autoestima. Pero si percibimos permanentemente una cierta tensión en el ambiente en relación a nuestra manera de ser, sentir, pensar y actuar, es normal que para evitar el rechazo pongamos en marcha mecanismos de autocontrol y adaptación para conseguir ser aceptados, respetados y valorados. Por muy dañino que sea, no nos importa si seguimos siendo nosotros mismos o no. Somos seres sociales y nuestra identidad y el sentido último de nuestra existencia se cimientan siempre en relación al otro y a los otros. Buscamos así figuras de apego y grupos de pertenencia.

¿Qué mecanismos son los más habituales para reducir la sensación de rechazo y adaptarse a un entorno que parece tener siempre un límite de tolerancia muy por debajo de los niveles normales de intensidad y emotividad de las personas con altas capacidades?

Según la psicóloga francesa Jeanne Siaud-Facchin, autora del libro “¿Demasiado inteligente para ser feliz?”, el superdotado partirá de unos objetivos muy claros: no verse siempre invadido por emociones tan intensas, dejar de estar constantemente tan receptivo y reducir su nivel permanente de análisis de todo lo que pasa a su alrededor. Lo que espera conseguir es sentirse bien con la realidad y pese a ella ¿Y cuál es la estrategia más habitual después de múltiples y fallidos intentos de dejarse fluir que siempre acaban en desbordamiento y rechazo? La defensa del distanciamiento emocional.

¿Cómo se consigue? Buscando el control, intelectualizando y racionalizando todo, analizando todo estímulo, signo, reacción o respuesta interna o externa y pasándolo por el tamiz de su poderosa psiquis; y en último lugar, anestesiando la afectividad. Pareciera existir un poder tan enorme en su compleja mente que es capaz de anular toda emotividad, reprimiendo, apagando, encapsulando, negando completamente el entramado emocional y afectivo para poder funcionar de manera adecuada, de manera adaptada, de la manera aceptada y esperable.

Pero, está claro que esta enorme energía utilizada en reprimir semejante intensidad emocional no es inocua. Se corre el riesgo de fragmentar la personalidad, despersonalizarse, y eso tiene un precio elevado para la salud mental y emocional y puede ocasionar posteriormente trastornos más graves como cuadros de ansiedad o depresión.  Volverse frío e hiper racional, preservarse, protegerse, construir permanentemente diques de contención y armaduras de protección para poder funcionar genera una sobrecarga y produce un agotamiento innecesarios y dañinos. La energía hay que ponerla en ser, fluir, crear, expresarse, no en levantar murallas y fabricar trampas. El sobreprecio que se paga a mediano plazo es el de una sobrecarga imposible de soportar que lleva a que el sufrimiento y agotamiento posterior sean infinitamente mayores que los que hubiera ocasionado dejarse fluir en un primer momento, con todas sus consecuencias.

¿Cuáles serían las maneras más apropiadas para liberar las emociones y aceptar la intensidad y profundidad sin complejos ni miedo al rechazo o al desbordamiento?

Primero, y fundamentalmente, aceptar que esa altísima sensibilidad emocional y afectiva es un don, un regalo, y no tiene nada de malo, patológico o inaceptable, más allá de todas las reacciones negativas o confusas que se hayan recibido. Una vez aceptadas la sensibilidad y la intensidad como partes inseparables y positivas de la personalidad cada individuo debe buscar cuál es su mejor manera de canalizarla y utilizarla a su favor; de transformarla en energía creativa y dejarla fluir. Hay quienes podrán convertirla en palabras, música, creaciones artísticas, danza, teatro, deportes, investigaciones científicas o tecnológicas. Hay quién encontrará alivio en la psicoterapia, en la arteterapia, en una actividad en contacto con la naturaleza, en la meditación, en soledad o en compañía, en la paz y el silencio o rodeado de estímulos visuales y auditivos que estimulen sus sentidos, le inspiren y activen su imaginación.

Es muy importante aceptar, agradecer, desmontar todo constructo negativo en torno a la profunda emotividad con la que conviven los superdotados y buscar la manera y el canal que mejor le expresen y le ayuden a canalizar y desplegar ese don en toda su magnitud. Sin barreras, sin miedo, sin vergüenza, sin límites.

“Uno no debe nunca consentir arrastrarse cuando siente el impulso de volar.” Helen Keller