El día 30 de enero, en coincidencia con el aniversario de la muerte de Mahatma Gandhi, se celebra el Día de la No Violencia y la Paz. Elegir y nombrar un día para la No Violencia, orientado principalmente al ámbito educativo y escolar, es un buen punto de partida para intentar cambiar las cosas.

Tristemente, hemos normalizado la violencia de todo tipo y en todo ámbito. La violencia está en todas partes, y está tan extendida que se ha vuelto invisible. Y es tan habitual y está tan aceptada e interiorizada que la aceptamos con resignación y hasta nos culpamos como si fuéramos eternas víctimas o seres demasiado frágiles y sensibles que simplemente no sirven para este mundo. Y no es así. Lo que es absolutamente inaceptable y aberrante es cómo nos hemos acostumbrado a vivir y relacionarnos en entornos violentos y a no decir nada, y a hacernos cada vez más pequeños y aguantar, en lugar de decir basta y salir del bucle y reeducarnos todos para extender y normalizar (no solo por verlo como “lo normal” sino por proponerlo e instaurarlo como una norma) el buen trato, el respeto, el cariño, el cuidado, la empatía, la escucha, la comunicación, la amabilidad, la aceptación, la ayuda, la solidaridad, la cooperación, el apoyo, la amistad, el apego, la confianza.

Parece increíble ¿no es así? Yo creo que a cualquier persona que preguntáramos qué prefiere ¿una familia violenta o no violenta? ¿una relación de pareja violenta o no violenta? ¿una amistad violenta o no violenta? ¿un entorno laboral violento o no violento? ¿una escuela, un profesorado, unos compañeros de clase, un clima en el recreo violentos o no violentos? ¿una actividad deportiva violenta o no violenta? ¿una comunicación violenta o no violenta? ¿una sociedad violenta o no violenta? ¿un mundo violento o no violento? ¿qué creen que respondería? Respondería: No violento ¿No?

¿Y entonces? ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué aceptamos la violencia como norma en todo ámbito y en todo contexto y en toda relación con tanta naturalidad? Aún incomodos, sufrientes, tristes, desganados, deprimidos, ansiosos, llenos de miedo, de asco, de hastío, de dolor, de cansancio, de sinsentido, de frustración y de enfado ¡Lo seguimos sosteniendo!

Me atrevo a afirmar que gran parte de los síntomas de pánico, ansiedad, depresión, apatía, desmotivación, evasión, aislamiento, tristeza, irritabilidad, rebeldía, desconexión, y esa falta de sentido, de deseo y de rumbo que pueden derivar en el peor de los casos en pensamientos destructivos en los que pareciera que la única manera de acabar con el dolor es acabando con la vida, tienen su origen en esa resignación, en la falta de fuerzas y de entidad suficiente para estar siempre dando una batalla contra toda la ingente carga de violencia circundante y en la sensación de que no hay cómo pararla pero tampoco cómo resistir.

Pienso ahora en cómo el cine, la televisión, internet y los videojuegos también contribuyen a difundir, expandir y alimentar esa naturalización de la violencia en todos los contextos. Casi como si tuvieran el objetivo de preparar a los niños para sumergirse en ese caldo y disfrutarlo, ser parte, elegir el rol y ejecutarlo con total soltura y normalidad.

Pero ¿a dónde vamos a llegar? ¿Cuál va a ser nuestro límite para pararnos y decir basta? Basta de violencia familiar, de violencia laboral, económica, institucional. De violencia en la comunicación, en el trato, en los medios. De violencia en las casas, en las calles, en las aulas, en los patios, en las pantallas, en las palabras y en las miradas. Basta también de violencias invisibles, esas que nunca elevan el tono de voz ni levantan la mano, de violencias emocionales y psicológicas que, en silencio, perversa y lentamente destruyen el autoestima, la psiquis, la identidad y la confianza en si mismas de las personas.

Así como Lewis Carroll ideó el día del No cumpleaños porque era mucho más maravilloso celebrar 364 días en lugar de uno solo, deberíamos celebrar todo el año el Día de la No Violencia. Porque si existe un día en el calendario, será porque si no lo fijamos y lo nombramos y no organizamos una jornada de concientización y sensibilización ¡Nadie lo recuerda!

Hoy es 31 de enero, no es 30 ya. El día establecido para visibilizar la No Violencia y la Paz en las escuelas fue ayer. Propongámonos tomar acciones cada día. Cada uno de nosotros, para erradicar la violencia de todos los contextos. En lugar de permitir que se siga expandiendo como una mancha imparable que se desliza sin control y sin freno y ya forma una parte indisoluble del paisaje y del día a día y de todas las relaciones entre nosotros. Promovamos contextos y espacios donde relacionarnos, comunicarnos, tratarnos y reconocernos desde otro lugar.

Creo que solo podemos volver a encender el motor, el deseo de vivir, de hacer, de ser, de crear, de fluir, de crecer y construir en entornos seguros. Y esos entornos son tan difíciles de encontrar, tan escasos y, muchas veces, inexistentes, que nuestros niños y jóvenes e incluso nosotros mismos nos vamos apagando para sobrevivir porque si solo recibiremos violencia es mejor apagar, apagarlo todo, para no sentir. No sentir dolor, a riesgo de no sentir ya nada.

Creemos refugios de no violencia. En casa, en la mesa cuando comemos en familia, en el coche cuando vamos a la escuela, en la calle cuando nos cruzamos con los otros, en el trabajo, en el tren, en la escuela, en el parque, en las aceras y en los jardines. Creemos el principal refugio de no violencia con nosotros mismos, en como nos hablamos y nos pensamos y nos tratamos y nos miramos. Construyamos esos espacios internos y externos, individuales y grupales donde el lema y la norma y la constante sean el buen trato, el respeto, el cariño, el cuidado, la empatía, la escucha, la comunicación, la amabilidad, la aceptación, la ayuda, la solidaridad, la cooperación, el apoyo, la amistad, el apego, la sinceridad, la confianza, el amor. Y que sea esa la mancha que se expanda y que no tenga control ni límite y se nos escurra entre las manos y se meta debajo de las puertas y entre por las ventanas, por todas las rendijas, se contagie y se propague y se instaure y ya nada la pueda frenar y ya no tengamos que fijarla ni nombrarla ni recordarla, porque esté por todas partes y, al fin, se vuelva maravillosamente invisible y normal.