Tres veces seguidas. Una detrás de otra. Y yo, por más que me esfuerce mucho, no puedo dejar de interpretarlo siempre todo. Y sí. Es exagerado. Y a veces desquiciante. Pero, de momento, no lo puedo evitar.

Me faltaba un calcetín. Y ya toda la ropa tendida. Y ese que no aparecía por ninguna parte. Y busqué minuciosamente adentro de la lavadora. Y adentro de las botamangas de los pantalones ya tendidos, que a veces fagocitan el calcetín, según cuánta vagancia y cuánta prisa hayamos tenido al sacarnos la ropa y puede pasar que haya terminado todo junto. Y en las inmediaciones de la lavadora. Y en el camino que va del tender a la lavadora y de la lavadora al tender. Nada. Desistí. Desistí y apareció. Apareció donde no me lo esperaba. Abollado en el suelo, a un metro del tendedero, al lado de la ventana. Ahí solito. Tan fuera de lugar. Pero estaba.

Y faltaba un imán en la nevera. Y se volaba el dibujito de Sofi porque un solo imán no resistía. Entra viento. Circulación cruzada. Estaba en la oficina y había escuchado caerse el imancito. Pero no estaba por ninguna parte. Ni en el suelo al lado de la nevera. Ni cerca del escobillón y la palita. Ni en ese agujero negro que es el espacio debajo de la puerta del congelador donde uno puede llegar a encontrar monedas, restos de vidrio de un botellín que se estrelló hace dos meses, cáscara de huevo, esquinitas de chocolate negro. Nada. Desistí. Desistí y apareció. Apareció donde no me lo esperaba. En la puerta de la cocina. Ahí, agazapado. Casi camuflado. Como es chiquito y negrito. No da mucho de sí. Casi lo pateo, pero lo vi a tiempo. Ahí solito. Tan fuera de lugar. Pero estaba.

Y el cargador del móvil. El móvil se me estaba quedando sin batería. Y donde está el cargador ¿Dónde lo enchufé la última vez? Lo busqué en el tomacorriente de la cocina, y en el ladrón a los pies de la cama. En el salón, en el baño ¿Será que lo metí en la mochila? ¿Dónde lo llevé? Nada. Acercándome vertiginosamente al borde de la desesperación, al final…Desistí. Desistí y apareció. Apareció donde no me lo esperaba. Me vine a sentar en el escritorio y pisé el cable cuando moví la silla. Ahí. A mis pies, como una culebra roja y plana de cabeza blanca y lengua USB-C. La fuente de energía de mi moribundo móvil. El cargador. Ahí solito. Tan fuera de lugar. Pero estaba.

Y muy fiel a mi capacidad para irme por las ramas e interrelacionarlo todo empecé a aplicar esa misma dinámica a todo lo demás y a sacar conclusiones y a ponerlo todo en duda, pero a la vez comprobar si podía ser efectivamente una increíblemente útil constatación acerca de la realidad y cómo las cosas pueden llegar a aparecer cuando uno desiste. Las cosas pueden llegar a estar ahí, aunque parezca que no. Aunque no estén en el lugar y en el momento en que las estamos buscando. No de la manera y de la forma que esperamos. Pero están. Eso seguro. Están.

Así que me propuse a partir de hoy y aunque me cueste…

Desistir.