Veo este video con la historia de la belleza femenina.
30.000 años de canon.
¿Cómo fiarse de la validez de un concepto tan variable no solo en el tiempo sino dependiente de cada cultura en un mismo momento, y de cada clase social dentro de una misma cultura?
Pienso en la Historia de la sexualidad de Michel Foucault y la exposición tan bella y natural del deseo como algo primordial e instintivo y para el cual el resto de los animales no necesita ninguna superproducción ni maquillaje ni perfume ni depilación ni vestimenta ni calzado ni accesorio especial.
Y no estoy hablando de rechazar la cultura. Claro que me parece que ni comemos ni bebemos ni dormimos ni nos expresamos ni nos movemos ni morimos como el resto de los animales. Ni practicamos el cortejo y el sexo. Y claro que no rechazo que hayamos sido capaces de dar sentido y transformar en objeto de deseo y encender nuestros complejos cerebritos a la hora de satisfacer nuestras necesidades básicas e instintivas. Y así ponemos la mesa y cocinamos y especiamos y presentamos el plato y gozamos del sabor. No solo nos alimentamos. Y así con todo; no estoy haciendo una apología romántica de lo salvaje.
El problema es que con la sexualidad y con el canon de belleza femenino entramos en terreno peligroso. Hay mucho falocentrismo. Machismo, sumisión, opresión, control, objetualización del cuerpo de la mujer. No solo del cuerpo sino del comportamiento. Lo que se esperó de las mujeres en cada época. Lo que se esperó (y se espera) de ellas física, sexual, emocional, intelectual y todos los “mente” que se nos puedan ocurrir. Y ese canon no era algo inocente y natural. Era algo (y sigue siendo) emanado de la búsqueda de la satisfacción del deseo de los hombres al poder. Tanto para las que usan tacones, escotes, muestran el ombligo, o se hacen la depilación definitiva como para las que llevan velo o burka. No se salva ninguna.
¿O no nos vestimos y hacemos ese pequeño gran esfuerzo diario casi por inercia por comportarnos y vernos y movernos y hablar y callar y andar y hasta sentir y pensar de una determinada manera clavada profundamente y en silencio por el canon? ¿Cómo vestiríamos y nos comportaríamos y nos acicalaríamos? ¿Cómo hablaríamos y nos reiríamos y lloraríamos y comeríamos y beberíamos si no tuviéramos que satisfacer a nadie?
Y digo esto porque no sé si tengo un fallo en el córtex cerebral, pero creo que estoy en contacto con esa apreciación de una belleza natural, instintiva y no canonizada. No puedo escindirme de mi cultura y de mi formación y de mi paradigma, ni de mi innata necesidad de dar sentido y de interpretar e interrelacionar; pero sí puedo desear y ver y sentir y emocionarme con una belleza no canonizada, no moralizada, no sobreculturizada, no impuesta por la moda y la ideología y la corriente y el mediatizado y constante lavado de cerebro perpetuo al que estamos sometidos.
Puedo ver belleza en los ojos de mis hijos, en sus risas, en sus amaneceres despeinados y sudorosos. En cada pliegue y cada curva y cada pelo de sus cuerpos. Puedo experimentar la sensación de que es un milagro que sean tan maravillosos, que estén vivos. Como cuando miramos el mar. El cielo. Las nubes. Las estrellas. Las montañas. No hace falta colgarles una guirnalda o ponerles luces de neón, enmarcar, encuadernar, fotografiar y photoshopear la naturaleza para que sea bella. Es, en sí, en vivo y en directo. Y la naturaleza no solo es el paisaje. Puedo ver belleza en los ojos y el pelo y el cuerpo y el andar y las manos y el olor y la voz y la sonrisa y las ideas y las palabras y los actos de seres humanos sin que necesiten ningún tipo de superproducción añadida. Ni replegarse a ningún canon. Ni cumplir ninguna condición de ningún tipo. Ni maquillarse, depilarse, perfumarse, peinarse, vestirse, calzarse, moverse, comportarse, comer, hablar ni callar de una manera determinada.
¿Pertenezco a alguna especie en extinción?