Hace 14 meses que me llegó el primer envío.

Me parece una casualidad un poco exasperante haber vuelto a mirar las dos cajitas y el albarán de DHL y ver que tiene fecha 18 de enero de 2018. Dieciocho. Uno. Dieciocho. Y hoy es dieciocho otra vez. Y hoy se me ocurrió volverlas a mirar.

No voy a dar nombre y apellido porque no sé si podría meterme en un problema y a estas alturas imagino que el verdadero destinatario pensará que es irrelevante recibir sus envíos.

Lo que es realmente muy extraño es encontrar tu dirección y tu número de teléfono móvil a nombre de otra persona. Y más allá de las explicaciones conspirativas, sobrenaturales o paranoides, que son siempre las que se me ocurren en primer lugar, termino pensando que se trata de un error informático, logístico, humano o matemático. Y nada más.

Antes de abrir la primera caja busqué el nombre y apellido en Internet. Pero desistí de continuar con la investigación cuando descubrí que, bajo ese nombre y ese apellido (cuyas iniciales son: N. Ch.) existían tres cuentas de Twitter, seis perfiles de LinkedIn y cinco de Facebook, más alguna cuenta suelta de Flickr, un canal de YouTube, y hasta un perfil actoral en Imdb.

Lo que hice a continuación. O sea, exactamente después de desistir en mi investigación, fue -no sin cierto reparo, como si estuviera violando su intimidad, sus deseos, sus compras, sus necesidades, su privacidad, su secreto, pero no sin una curiosidad y un morbo importantes y más tarde absolutamente defraudada por la banalidad del objeto en cuestión- abrir la caja.

La primera caja. Porque fueron dos.

Prisma de cartón blanco y morado de unos 15 x 6 cm. Primer y subsiguientes textos legibles en el orden en que captaron mi atención: Max. 50 kg. Travel made easy. Digital luggage scale. LED backlight display. CE. RoHS. Made in China. Una fotito de un avión comercial arriba a la izquierda. Un esquemita de una maleta colgando de un gancho colgando de una cuerda colgando de un cacharrito algo fálico de color rojo metalizado, pero definitivamente nada erótico con un display electrónico negro y un interruptor táctil y una lucecita roja diminuta.

Era una báscula digital de equipaje electrónica portátil. Nunca la saqué de la caja.

El segundo envío llegó unos meses después. Y ya pudiendo saltarme los pasos de paranoia e investigación pasé directamente a la tarea posterior que era la de abrir la primera caja anónima, genérica y monocroma para encontrar ese contenido único, esencial y fascinante que en este caso se trataba de un portarrollos de papel higiénico de diseño minimalista de acero inoxidable pulido con una bandeja superior ¡para apoyar el móvil! Y no solamente increíble por su múltiple funcionalidad sino también por su fácil instalación ya que traía un parche 3M súper adherente rectangular de la exacta medida de la chapa de acero que evita el uso de taladros y brocas y tornillos y tarugos y destornilladores y aspiradoras para su colocación que podría darse por finalizada en el término de 3 minutos.

No sé si otras personas hubieran contactado con la empresa de transportes. Devuelto los envíos. O los hubieran puesto a la venta. O tirado a la basura. O asumido como propios y utilizado con total y absoluta naturalidad después de consultar el diccionario y darse cuenta de que por un motivo u otro esos objetos habían llegado a su destinatario/a. Entendiendo destinatario/a como un adjetivo que acompañando a una persona o cosa la especifican como a la que se destina o dirige algo. Y siguiendo con el hilo semántico se podría decir que el destino que destinó que yo fuera la destinataria puede haber sido una fuerza desconocida, un encadenamiento de sucesos considerado como necesario y fatal, una circunstancia favorable o adversa, una consignación, señalamiento o aplicación de algo para determinado fin; tal vez una meta, un punto de llegada. Porque que yo estuviera destinada a ser la destinataria de esos envíos significa que ese cierto lugar y esa cierta persona -que vendrían a ser mi domicilio en primer término y yo misma en segundo término- eran las que estaban determinadas para constituir la meta a la que se dirigían los consiguientes envíos.

Y esto escapa a mi control y no es una opinión mía sino solo y únicamente lo que me dicta el diccionario.

Pero no. Yo no hice nada de lo anterior. Yo solo apoyé las dos cajas. La más grande, la del portarrollos, abajo. Y la más pequeña, la de la báscula portátil, arriba. Y encima de ambas el albarán doblado por la mitad. En la segunda balda blanca de Ikea que tengo encima de la pantalla del ordenador en la oficina. Para 14 meses después volverlas a mirar y sentarme a escribir toda esta innecesaria y absurda concatenación de palabras.

Y quedarme posteriormente un poco con las ganas de buscar algún hilo conductor que enlace los dos objetos. Algún significado oculto. Algún mensaje cifrado que se me escapa. Que todavía no estoy lo suficientemente receptiva como para comprender.

Porque si en un taller literario o en un brainstorming creativo o en un ejercicio de improvisación teatral les pusieran delante un portarrollos de diseño y una báscula digital portátil ¿qué harían?