La tierra seca. La tierra sedienta.

Alguna vez fue fondo de ría. Alguna vez su color fue oscuro y su textura suave, húmeda.

Alguna vez, ínfimas escamas se desprendieron y se dejaron llevar con el baile acuático de las corrientes.

Tanto tiempo sin agua. Tanto.

Y poco a poco, cada gota, cada partícula de vapor se fue elevando y dispersando y pasando a ser tímida ráfaga fresca. Sin cohesión, sin cuerpo, sin casi nombre. Una nada apenas desmembrada, imperceptible.

En el suelo, las huellas de la desaparición. La materialización de ese éxodo lento y constante.

La inevitable grieta de la sed.

Poliedros irregulares de piedra seca. Seca hasta las entrañas. Vaciada. Compacta e inerte.

Entre los poliedros, la posibilidad de un camino.

Un camino que no debía estar ahí. Un camino ciego y ausente. Un camino que con natural colateralidad aparece y se dibuja como la ausencia forzada de algo que ya no es lo que fue o lo que debía ser.

Las grietas de la sed pueden volverse caminos.

La eterna espera de algo tan necesario como inalcanzable puede irremediablemente transformarse en permeabilidad.

La vida, aun callada, aun negada, aun olvidada, en el corazón de un bloque compacto de tierra seca, recuerda. Está latente. Es. No hace falta nombrarla. Ni abandonada y despojada de su vigor se pierde por completo.

Espera. Simplemente espera.

La posibilidad de la lluvia, aun remota.

La nostalgia de ser cauce.

La añoranza de ser oscuro limo, terso y empapado.

Aun en medio del desasosiego de la larga sequía. Aun cuando los recuerdos del olor del barro y del sonido de la ría al fluir no sean más que destellos lejanos y fugaces.

La vida, espera.

No importa cuánto tiempo haya transcurrido.

La lluvia siempre es una posibilidad, y tiene el poder de transformarlo todo, inesperadamente.

Gota a gota. Reiniciar el proceso. Dibujar pequeños círculos informes de húmeda oscuridad. Superponer tonos oscuros de mancha sobre mancha en un baile rítmico, casi abstracto. Teñir toda la superficie de un marrón homogéneo y permeable. Transformar la compacidad en capas frágiles y levemente maleables. Emocionar y sorprender. Revivir el alma seca del tosco poliedro como lágrimas limpiando un corazón herido. Húmedas caricias que capa a capa despiertan un tímido latido.

La vida abriéndose paso.

Las grietas de la sed volviéndose pequeñas rías. Los bordes terrosos deslizándose y perdiendo rigidez. Poco a poco, cada partícula de tosco e inerte paisaje de sequía recupera su sentido y su ser. Se vuelve otra vez limo, fondo, cauce y forma. Contenedor y contenido.

Un solo cuerpo de tierra y agua. De vida densa, material, líquida, fluida y resiliente.

¿Por qué no dejaste de esperarme?

¿Cómo mantuviste latente la memoria de tu ser?

¿Dónde encontraste la manera de sobrevivir?

¿Cuáles fueron las señales?

La lluvia es siempre una posibilidad, aunque remota. Aun en la cruda aridez del desasosiego.

La lluvia, aun imaginada, no pierde su poder para transformarlo todo, inesperadamente.