Hoy, 19 de Noviembre, es el Día Mundial del Inodoro. No es broma. Fue designado en 2013 en Asamblea General por las Naciones Unidas. Porque, aunque nos haga gracia, en este mismo mundo hay varios miles de millones de personas que no tienen acceso a servicios básicos de saneamiento; y tener un inodoro, más toda la instalación cloacal doméstica y urbana asociadas, haría una enorme diferencia. El inodoro que nos da tanto asco limpiar, que según lo escrupulosos que seamos puede oler a pino o lavanda o ser refregado con escobilla y lejía varias veces al día; hay varios miles de millones de personas en el mundo a las que les salvaría la vida. Así es.

Me parece una ocasión excepcional para abordar escatológicamente una reflexión sobre la mierda. Pienso en La Historia de la Mierda del psicoanalista francés Dominique Laporte, un ensayo irónico-político que, además de revisar cronológicamente la relación de los humanos civilizados con la mierda sostiene que toda la estructura sociopolítica de nuestra civilización es un intento por domesticar la necesidad humana de defecar. Y recuerdo la definición de kitsch de Milan Kundera en La insoportable levedad del ser…”Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos no era por motivos morales ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del baño!) o hemos sido creados de un modo inaceptable. De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch. El kitsch como la negación absoluta de la mierda en sentido literal y figurado; el kitsch como la eliminación de todo lo que en la existencia humana pudiera considerarse inaceptable.” Y pienso en el orinal de Duchamp redefiniendo una concepción del arte basada en la intención, en la decisión, en la mirada y no ya en el objeto; y en la mierda enlatada de artista de Piero Manzoni, y en las heces de la hija de Picasso usadas para dar color y textura a las manzanas sobre un jarrón de una de sus naturalezas muertas. Y en la negativa del Guggenheim de Nueva York a la Casa Blanca ante su pedido de préstamo de la obra Landscape with Snow de Van Gogh para colgar en sus estancias privadas y el ofrecimiento en reemplazo y a largo plazo de la obra America del artista Maurizio Cattelan: un inodoro de oro macizo usado por unas 100.000 personas a su paso por la exposición. Un elegante y maravilloso gesto del museo a la familia Trump. Y pienso también en el café más caro del mundo excretado por un coatí y en los bombones personalizados fabricados a partir de un molde tomado expresamente con la forma del ano del cliente. Como quedará en el anonimato tanto mi amigo como su exmujer, también creo puedo permitirme recordar una anécdota digna de narrativa de ficción, guión algo forzado de serie de televisión o memorable sesión de diván; la solicitud por escrito (por parte de ella) – y encabezando el inventario de liquidación de bienes posterior al divorcio – de la escobilla de diseño del váter. Interpreto es un intento indiscutible de mostrar superioridad, una demostración de poder; el hecho de querer quedarse con la mierda de ambos ¿no? O quizá un deseo de borrar toda huella y responsabilidad por su parte. Pendulo entre entenderlo como un gesto de superioridad o integrarlo en la categoría del kitsch de Kundera.

Y pienso en el agua. Esto es Agua, de David Foster Wallace. Y en la parábola con la que empiezan sus palabras narrando cómo el hecho de estar rodeados de agua hace que dos peces jóvenes no sepan lo que es el agua. No sean conscientes de su existencia, no conozcan el nombre: Agua ¿Qué es el agua?
Tal vez en este momento, el capítulo actual, el presente de la Historia de la Mierda sería una especie de post-kitsch en el que nos pasa un poco como con el agua para los peces jóvenes. Después de negarla, esconderla, excretarla en secreto y fugazmente en un artefacto de losa blanca brillante; eliminando todo rastro, refregando y derrochando litros de agua y lejía, colocando ritualmente pastillas de pino y lavanda. Después de intentar erradicarla de nuestras vidas sin éxito, creo que ahora puede que la hayamos normalizado de tal manera que estemos nadando en mierda, rodeados de mierda. Ya ni siquiera nos huele mal. No nos damos cuenta. Nos miramos los unos a los otros y nos preguntamos, como los peces de la parábola… ¿Mierda? ¿Qué es la mierda?