Si sólo hubieran bibliotecas y cafeterías en el mundo creo que podría sobrevivir perfectamente. Creo que hay una barrera que obligatoriamente tengo que saltar si quiero dedicarme a escribir, y es la de poder escribir todo lo que quiera y necesite escribir, sin miedo, sin sentirme expuesta o juzgada. Al final lo que me atrae de los escritores es su sinceridad. La naturalidad con la que expresan su psicología, sus emociones, pensamientos, percepciones. Eso es lo que me hace reconocerme en ellos. Eso es lo que hace que conecte con el mundo que hay dentro de las páginas. Los libros son más sinceros que las personas. Incluso más sinceros que las personas que los escribieron. Y eso es porque sus escritores pudieron saltar la barrera. No pensaron qué pensaría quién los leyese. Escribieron. Fueron. Dijeron. Se dejaron llevar. Y eso es lo que me falta. Mi escritora está viva. Mi escritora no se puede matar ni apagar. Mi escritora está esperando que la deje ser, que la libere, que la acepte, que la ame, que deje de tenerle miedo. No me cuesta ser sincera conmigo misma, lo que me cuesta es exponerme al mundo.
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