Esta es la historia de una mujer. Una mujer en el umbral de una puerta.

Es la historia de mi vida. Mi vida compuesta por una secuencia lineal de minutos en los que nunca tengo la certeza de la distancia que me separa del umbral. Cuando llego ya es demasiado tarde para haberme preparado. Cuando llego suelto los roles. Uno a uno los dejo en el suelo, agotada de cargar con su peso. Suelto a la madre, a la esposa, a la hermana, a la hija. Suelto a la arquitecta, a la argentina, a la vecina, a la desconocida. Y me quedo con lo que soy. Inmóvil. Sin saber cómo dar un paso y atravesar el vano, y existir del otro lado. Del otro lado donde podré ser lo que queda de mí. Lo que de verdad soy. Lo que es esa mujer una vez que ya no necesita satisfacer más a nadie. Esa mujer a la que oigo gritar y le cierro la puerta. A la que ignoro cuando llora. A la que llevo irremediablemente conmigo a todas partes y a la que administro cada mañana su dosis diaria de anestesia.

Cuando aparezco en el umbral de la puerta no tengo verdadera conciencia de cómo llegué ahí. Pero no me cabe duda de que es ella la responsable. La que está detrás de esa concatenación de supuestas casualidades que hicieron que ocurriera otra vez.

Lo que de verdad temo es un día no poder volver a levantar los roles del suelo y volverlos a cargar y darme la vuelta y meterme otra vez para adentro como siempre. Lo que estoy empezando a sentir es el miedo a que ella se adueñe de mí y me impida discernir. Y ya no sepa si me di la vuelta o no. Y ya no pueda decidir si tengo que entrar o salir. Y haga el ademán ciego de cargar con el lastre otra vez y los roles ya no estén en el suelo.

Tengo miedo. Tengo miedo porque ella es una mujer fuerte. Es visceral, narcisista, egocéntrica. Es cruel, obstinada, soberbia. Es una mujer sensible, inestable, desequilibrada. Es orgullosa, desmesurada, intensa. Tengo miedo porque es una mujer inteligente y decidida. Tengo miedo porque si consigue que atraviese el umbral de la puerta no sé si seré capaz de recuperar el control.