Mi apellido responde a mis ancestros sicilianos.
El Etna está activo.
Me recuerda cuánta nieve puede cubrirme. Desde los pies hasta la cima.
A la vez, cuánto magma puede haber en mi interior.
Y como puede abrirse paso y mostrar fuego, vida, intensidad.
El Etna es bello siempre.
Cuando parece un monte imponente y pacífico, cuidando la ciudad a sus pies, emergiendo del Mediterráneo.
Cuando duerme. Cuando calla. Cuando ruge. Cuando humea. Cuando explota. Cuando derrama y se permite liberar todo el magma. Producir el deshielo. Iluminar la oscuridad.
Me privé gran parte de mi vida de mi naturaleza intensa, volcánica.
Juzgué, reprimí, contuve, callé, asfixié, apagué con excesivo esfuerzo y dolor todo signo de fuerza, voluntad, grandeza, determinación.
No se puede contener a un volcán sin destruirlo.
No se puede negar su autenticidad, su naturaleza, su intensidad.
No debería ejercerse ese tipo de violencia contra ningún elemento ni criatura sobre la Tierra.
El Etna es bello siempre.
Como el mar es bello en su magnificencia calma y embravecida.
Como el viento es bello en su omnipresencia. En la brisa y en la tempestad.

¿Cómo negarlo?

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