Todo se trata al final de la trascendencia.
La energía vital que se llevan las cosas.
Debería servirme rastrear ejemplos anteriores para relativizar la importancia que tiene todo.
Hay ejemplos tan cercanos en el tiempo, y otros tan lejanos.
Todos coinciden en su manera de funcionar.
Hay una cámara en mi cabeza, con un altar.
Y lo que ocupa el altar se lleva toda la energía vital.
¿Qué elijo colocar ahí? ¿Lo elijo realmente o se coloca solo?
Tengo control sobre eso porque está claro que yo soy quien construyó la cámara, el altar y el proceso de selección y permanencia del imán.
Tal vez haya más de una cámara, pero todas tienen un funcionamiento similar. Son réplicas unas de otras.
Hay una principal, eso está claro.
El trabajo lo ocupa todo. Ese maldito ingreso que valida o desprecia cada actividad y cada decisión a lo largo del día.
Ese mismo trono ocuparon mis hijos en su día.
Y las entregas de la universidad, las integrales, los polinomios, los cultivos a lo ancho y largo de la República Argentina, las tablas de multiplicar.
Esta constatación debería ayudarme.
¿Qué importancia real e intrínseca puede tener la tabla del 8?
Lo que no tengo claro todavía es si debo clausurar o desmantelar las cámaras. O si pueden llegar a servir de algo.
Tal vez sería interesante hacer un juego mental en el que subo por unos días un imán asociado al placer al altar.
A ver qué pasa.
A ver si funciona.
¿O correría el riesgo de dejarme dominar por él?
Pero si al final yo soy la que inventa escenario, personajes, roles ¿qué mas da?
Este árbol enfrente de mí. Éste árbol vive.
Sin siquiera saberlo.
No tiene control alguno sobre su existencia.
Y no corre el riesgo de creer que lo tiene.
Así somos los seres humanos.
No tenemos ningún control.
Lo malo es que creemos tenerlo.
Es que podemos inventarnos la idea de control.
Pero nuestra vida es exactamente igual que la del árbol.
Hasta inventamos a Dios para que nos inventase. Porque no éramos capaces de aceptar que no había un porqué.
Tantísimas variables debieron conjugarse para que existiéramos.
Y otras tantas para que yo existiera.
Es tan tentador dejarse llevar por la idea de que no hay ningún motivo.
Ninguna explicación. Ninguna razón.
Son solo necesidades creadas.
Es mi decisión dejar que mi energía se vaya toda en un imán que yo he magnetizado posado sobre un altar en una cámara que no es más que una construcción mental.
Lo único que cuenta.
La única voz que escucharé cada segundo hasta mi muerte.
Sólo mi voz.
Y la que menos oigo.
Sólo mi ser.
Y el que más ignoro.
Sólo mi vida.
Y la que dejo siempre en el último lugar.
Quisiera poder ser realmente frágil.
Y no dura, dentro de un traje frágil, dentro de un caparazón.
Ya no sé cuántas capas son. Cuál es el núcleo.
Si el corazón dentro de cada envolvente es blando, duro, está marchito, deshidratado.
A veces creo que es bello, suave, puro.
Otras solo imagino una especie de fruta seca y completamente inerte.
Pero al final.
Éstas también.
No son más que construcciones mentales.