La vergüenza es uno de los problemas más frecuentes con el que se enfrentan las familias de los niños y niñas con altas capacidades.
¿Por qué sentir vergüenza? Porque hay ignorancia, desconocimiento, vacío, incomprensión, señalamiento, rechazo, acoso, falsas etiquetas, tabúes, mitos, y más.
Una lista triste y extensa que desemboca en el silenciamiento, el ocultamiento y la soledad que revisten a la vergüenza.
Éste artículo, publicado por Olga Carmona, psicóloga clínica y experta en psicopatología de la infancia y la adolescencia, en el blog De Mamás y de Papás de El País, visibiliza y anima a afrontar este problema que no debería existir, y que tenemos que luchar por erradicar.
Porque ningún ser humano debe sentir vergüenza de ser quién es, de sentir como siente, de pensar como piensa, ni de necesitar lo que necesita.
Nadie, absolutamente nadie debería esconderse, avergonzarse de ser lo que es y de brillar en todo su esplendor, solo porque esté rodeado de ignorancia, ceguera, insensibilidad y rechazo.
Tenemos que hacerlo. Tenemos la necesidad, el deseo, la responsabilidad, el deber de hacer ver y defender nuestros derechos, los derechos de nuestros niños.
Porque, como recuerda y defiende el presidente de la Asociación Nacional para Alumnos Superdotados de Estados Unidos, ellos tienen derechos.
Tienen derecho a saber, a aprender, a ser intensos sin tener que pedir perdón por eso, a amar su identidad, a disfrutar de sus logros, a equivocarse, a pedir ayuda, a ser diferentes, a decidir, a ser.
Por ese motivo tenemos que reemplazar la vergüenza por otras emociones más apropiadas: optimismo, certeza, valentía, entusiasmo; porque lo que son es digno de ser mostrado, respetado, valorado, apoyado.
Los niños no tienen ningún problema. Las familias no tienen ningún problema.
El problema lo tiene la sociedad. Y es la que en todo caso debería cargar con la vergüenza.
Y es a eso a lo que debemos dar una solución.