El exceso de inteligencia puede transformarse en un arma de doble filo ¿Cómo encauzar esas paradojas propias de las altas capacidades y disfrutar de su riqueza? Tal vez sería mejor enfocar la cuestión desde otra perspectiva, no como el filo de un arma sino como caras de una misma moneda. Mejor aún, como una maravillosa complementariedad indivisible que hay que disfrutar y aprender a encauzar.

Una mente muy inteligente puede generar ideas creativas a una velocidad superior a la propia capacidad de procesamiento del cerebro. Es fascinante y a la vez complicado. La lluvia de ideas es extremadamente rápida, rica y original, y por el mismo motivo difícil de gestionar, organizar y discriminar. La fuerza se complementa con la fragilidad.

Una mente muy inteligente a menudo funciona regida por el pensamiento arborescente. Esta manera de razonar se caracteriza por la inmensa cantidad de ramificaciones, conclusiones, relaciones e interacciones que pueden llegar a derivarse de una simple idea, un sencillo estímulo. Una primera imagen, palabra o emoción se despliega, extiende y complejiza casi hasta el infinito, generando una sobreabundancia que se puede volver inordenable. La creatividad se complementa con la complejidad.

Una mente muy inteligente es capaz de sentir las emociones de una manera inimaginablemente intensa y honda. Todas ellas. La alegría. La tristeza. El miedo. La ira. El amor. La soledad. Un pequeño estímulo puede despertar una emoción tan profunda que sea desbordante y difícil de sobrellevar. La empatía se complementa con la vulnerabilidad. La hipersensibilidad se complementa con la fuerza emocional y creativa.

Una mente inteligente no para. Tiene una actividad incansable. Una curiosidad inagotable. Una capacidad deslumbrante. Pero eso puede resultar agotador y muchas veces inoportuno, y llevar a la frustración, a la incomprensión y al aislamiento. La lucidez se complementa con la introspección.

Es muy importante, para que la inteligencia se transforme en una herramienta, en una aliada, en una llave y se encauce y exprese todo su potencial que esa persona, que va con su mente muy inteligente a todas partes, encuentre un entorno de comprensión adecuado. Un espacio de afinidad, libertad, reflexión, aceptación. Donde dejar de sentirse “demasiado” y poder afirmarse y confirmarse en su ser y como “parte de” un grupo en sintonía.

Es también importante despertar el cuerpo y conectar con el presente para alcanzar la autoaceptación y para conseguir relativizar y gestionar todo ese flujo de emociones y pensamientos y conexiones veloz, incesante e intenso. A menudo las mentes muy inteligentes tienen una incómoda sensación de estar escindidas de su cuerpo. Tienen la impresión de ser un cerebro -y no uno cualquiera sino uno excesivamente vital y curioso- metido en un envase limitante, imperfecto, que tiene demasiadas necesidades y que genera demasiadas distracciones. Y es fundamental también en ese sentido conseguir la complementariedad, la conexión, la armonía del todo.

La plenitud parte de la aceptación de quienes somos. Se trata básicamente de eso. De aceptarlo todo. De vivir completos. De sentirnos bien con nuestra naturaleza en toda su amplitud. El esfuerzo que puede llevar contrarrestar, adaptarse, intentar encajar a base de reprimir, callar, negar, censurar, intentar transformarse en algo que no somos para parecernos al resto, es inútil e innecesario.

Compartimos el artículo Las paradojas del superdotado de la periodista Ana Díaz Jiménez donde se exponen las características antes señaladas: pensamiento arborescente, hipersensibilidad emocional y actividad mental incansable. Y cómo saber utilizarlas como aliadas y no como obstáculos puede hacer que las paradojas se conviertan en paraísos.