Cuando egresé de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, allá por la primavera austral de 2001, había muchas cosas que era consciente que no había aprendido,  y creía eran básicas para la formación de un arquitecto, pero supuse que debería explorar esos territorios por mi propia cuenta dependiendo que cómo trazara el camino de mi futuro profesional. Había otras muchas cosas que sí había aprendido, ya que año tras año los profesores de las asignaturas troncales asociadas al diseño arquitectónico se habían encargado de inocularlas en nuestras ingenuas y jóvenes mentes, desprovistas de formación estética y criterios rigurosos para emitir ningún juicio de valor acerca de una obra de arquitectura. Una de las cosas que había quedado instaurada era la prohibición del uso de la cubierta inclinada.

Voy a explicarme, porque realmente había no un motivo sino muchos detrás de este mensaje, y había fundamentos de todo tipo: técnicos, funcionales, estéticos, socio-económicos, y podríamos decir hasta ideológicos y filosóficos. Las cubiertas inclinadas en Buenos Aires se usaban sin cesar y en abundancia, sin que hubiera un motivo válido que avalara la decisión. La única razón era que tenían asociado un “status”. Las zonas residenciales y viviendas unifamiliares de los barrios cerrados dibujaban con orgullo perfiles angulares cubiertos de tejas de toda clase y color, aunque técnica y constructivamente el clima de  la ciudad no las necesitara. El techo era un símbolo de poder económico y social que tenía sus orígenes en la sobrevaloración de las casas americanas, las villas europeas, o los chalets de lujo.

Cuando el Movimiento Moderno empezó a reproducir sus volúmenes puristas, paralelepípedos revocados en blanco, desprovistos de toda ornamentación y rematados con una cubierta plana,  se encontró con el mismo problema. La gente no se sentía representada por esa estética. Querían vivir en una casa que remitiera a la imagen que tenían impregnada en la mente, una bonita casa con techo inclinado. La misma casa que dibuja un niño y que es la primera asociación que tenemos materializada y fijada en las neuronas: una casita con una ventana en forma de ojo de buey, con chimenea y todo.

Habiendo recibido toda la información necesaria para comprender que los techos de tejas en Buenos Aires no tenían ningún sentido: ni nieva ni llueve tanto como para que una leve pendiente en la terraza no lo solucione; solo demostraban una gran ignorancia por parte de la gente. Las cubiertas inclinadas quedaron automáticamente erradicadas de nuestro repertorio de elementos de diseño arquitectónico. Casi que se nos prohibieron, ya sin más, sin importar si pudieran en algún caso tener una razón de ser, aunque solo fuera técnica o incluso necesaria si el emplazamiento era en los  Alpes suizos.

Quizás el rechazo por la cubierta inclinada había llegado al punto de ser un no porque no, igual de ridículo que el sí porque sí que las había llevado a ocupar en tal porcentaje nuestro paisaje urbano.

A continuación, y como un ejercicio de reivindicación y de reeducación de mi valoración estética en torno a los “techos a dos aguas”, presento brevemente 4 obras en las que la cubierta inclinada se expresa libremente, algunas veces con un por qué, otras por simple decisión morfológica, unas casi icónicas, a veces lúdicas, o escultóricamente protagónicas.

 

N House, Root Architects

Fukuoka, Japón

La vivienda, ubicada en un terreno inclinado, aprovecha al máximo las dimensiones y posibilidades del emplazamiento a partir de 2 volúmenes revestidos en madera que se atreven a copiar la pendiente de la calle.

 

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Residence Blanco, BURO II & ARCHI+I

Bélgica

Estas dos casas vestidas de aluminio blanco se adaptan a la escala de las residencias vecinas a la vez que se erigen como abstracciones formales del habitar.

 

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Miu Miu Store, Herzog & de Meuron

Tokyo, Japón

Justo enfrente del Prada Epicenter, también de Herzog & de Meuron, la tienda de moda italiana Miu Miu invita a entrar a través de la sugerente cubierta pulida, que se descuelga entreabierta sobre el escaparate.

 

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Blooming House, Iroje KHM

Seúl, Corea del Sur

Esta residencia unifamiliar en Seúl germina como un volumen en floración. Entre sus múltiples pliegues, el poliedro genera patios, jardines, accesos y aventanamientos.

 

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