Es difícil predecir dónde llegará la Realidad Virtual como medio, qué rumbos tomará y qué alcance pueda tener a medida que explore todas sus posibilidades, se haga más masiva, se perfeccione la tecnología y continúen desplegándose todos los ámbitos de aplicación a los que puede ser de utilidad. Es difícil predecir cómo será la perspectiva que dibujará la Realidad Virtual; pero tal vez se parezca a una compleja y fascinante pasarela de un surrealismo casi urbano, con un punto de fuga tendiente al infinito.

Cuando pensamos en la experiencia, nos damos cuenta de que este medio no conoce precedentes, porque no hubo una manera previa de hacernos sentir lo que sentimos, estar donde estamos, vivir lo que vivimos y conectar con las emociones a un nivel tan primordial. La música, el cine, el arte, la literatura, pueden emocionarnos, pueden hacernos sentir identificados con una situación, con un personaje, pueden abrir recodos de nuestra mente y hacer que afloren, libremente y casi de manera involuntaria, sensaciones profundas y genuinas. Pero el nivel en el que esto sucede a través de la Realidad Virtual, es inédito. La respuesta de nuestra psique es totalmente real, no queda un resto de contexto, no hay interpretación ni decodificación. Simplemente es. Ocurre. Nos atraviesa.

Cuando pensamos en el arte, nos damos cuenta de que esta herramienta, que ahora nos parece tan inabarcable y polifacética, nos ofrece nuevos lenguajes, nuevos puntos de vista, nuevas reglas y posibilidades expresivas. Aunque a simple vista pareciera que activamos la cámara de 360 grados y no tenemos manera de intencionar o expresar, que no hay encuadre, composición, ni poesía detrás de su omnipresente captura de la realidad, no es así. Podemos decidir cómo disponemos cada pieza de ese complejo puzzle esférico en el que nos sumergimos. Podemos elegir qué hay cerca, y qué lejos. De dónde llegan los sonidos y los estímulos visuales. Cómo juega la luz en la escena. Qué captura nuestra atención y qué queremos evitar. Qué nos hace mover y qué permanecer quietos y expectantes. Podemos ponernos en la piel del otro como nunca antes. Y podemos sentir en nuestra propia piel sin filtro, sin velo, casi sin querer.

Cuando pensamos en los límites entre lo real y lo virtual surgen otras tantas cuestiones y se abren caminos y preguntas. Hoy en día ya no es ciencia ficción ver pasar a un vecino por delante de nuestras narices persiguiendo por la calle a un Pokémon que solo él puede ver y que es todo lo que le importa en este instante. Ni virtualizarnos como un holograma en un espacio del otro lado del planeta donde parece ser que interactuamos con alguien que cree que estamos ahí aunque nos encontremos a miles de kilómetros. Ni tener sexo a distancia o con un personaje de catálogo. Hay un punto ciego, o que tal vez no queramos ver en nuestro afán por llegar al límite de lo que podemos conseguir técnicamente, y es ¿cuáles son las implicaciones psicológicas y emocionales de difuminar ese límite? Débiles y vulnerables como somos, propensos a construcciones mentales, idealizaciones, negaciones. ¿Alguien está pensando cuáles serán las nuevas adicciones de los próximos años? ¿Qué va a pasar cuando prefiramos las experiencias que están del otro lado y no las de éste?

Cuando pensamos en el futuro nos da miedo de volvernos cada día más virtuales, de perder conciencia de los límites entre una realidad y otra, de desear, amar y sentirnos más seguros y vivos en el otro lado, de evitarnos, de alienarnos y desdibujarnos. Pero prefiero pensar que la Realidad Virtual nos hará más reales, más cercanos, más emocionales y más empáticos; que nos devolverá el deseo de crear y de creer en este mundo y no en ese otro hecho de unos y ceros; que nos hará recordar lo que éramos capaces de sentir, vivir y anhelar, y eso ya no se podrá callar ni velar; que nos hará soñar y luchar por una realidad en la que también podamos sentirnos seguros y vivos, cerca de los otros, profunda e inevitablemente humanos.