Leí hace algunas semanas un artículo sobre los terraplanistas. Personas que creen que la tierra es plana. El artículo tenía un cierto ingrediente de tinte alarmista. Ese que suelen tener las miradas objetivas sobre las ideas ridículas.

Por lo visto, era muy preocupante que dentro del propio equipo que habían puesto a investigar el asunto habían ocurrido situaciones imprevistas e inesperadas como el súbito convencimiento de algunos de ellos -individuos formados y biempensantes- de que la tierra era, en efecto, plana. Y esto ocurría entre otras muchas desviaciones ideológicas de las que pronto se habían vuelto simpatizantes y que provenían de las más variadas teorías conspirativas.

El punto alarmante era la fuerza y capacidad de penetración que tenían ciertos discursos y contenidos audiovisuales cuyo consumo podía llegar uno a concatenar siguiendo las recomendaciones de YouTube. Uno empezaba mirando un documental sobre los atentados del 11-S y terminaba adhiriendo a las teorías terraplanistas, una vez puesto en duda absolutamente todo.

No sé realmente de qué nos asombramos.

Hace unos días hojeaba (no sin cierto cinismo) en la tienda de periódicos el último ejemplar de la revista Año Cero y me preguntaba cómo podía estar en pie toda la cadena de personas y recursos que hacen falta para que esa publicación se redacte, se maquete, se imprima, se distribuya ¡y se venda! Había una entrevista a la líder mundial del movimiento vampírico, hallazgos arqueológicos y extraterrestres que los gobiernos nos ocultan y un relato con experiencias paranormales y estremecedoras ocurridas en el interior y las inmediaciones de un monasterio en Girona.

Pero no hace falta analizar las teorías conspirativas ni las revistas del más allá.

¿Por qué no nos alarma y nos preocupa del mismo modo pasar frente a las escalinatas de una iglesia? ¿o por la puerta de una casa de apuestas? ¿o por las calles vacías cuando se juega un superclásico? ¿o entre la fila interminable de gente para comprar la lotería de Doña Manolita? ¿o ante la curva ascendente de color verde del gráfico de estimación de voto para las generales?

¿No sigue gran parte de la humanidad en todo el mundo y a todas horas creyendo en cosas que no tienen ningún asidero, inventando algo en que creer y a lo que aferrarse sin dudar? ¿hay algún rango psicosocial para medir qué tipo de ceguera es menos peligrosa que otra?

Llamamos creyente al que cree, al que profesa una determinada fe religiosa. Y aunque es un adjetivo se puede volver sujeto en el momento menos pensado ¿Y todos los demás? ¿No son creyentes también? ¿No necesitan justamente creer y ya no dudar, aunque sea adhiriendo a las teorías más ridículas?

Da igual si las explicaciones son esotéricas, metafísicas, políticas o pseudocientíficas. En un punto todo puede llegar a confluir. Todo puede dar exactamente igual. Es tan parcial y antropocéntrica y absurda nuestra porción de conocimiento y conciencia de la realidad que no hay verdaderamente como sostenerla. El tamaño de nuestro ego y la magnitud de nuestro vacío siguen llevándonos siempre a buscar desesperadamente algo en que creer, de que aferrarnos, alguna certera, firme e inamovible explicación.

Dejémoslos en paz. Normalizamos tantas cosas que son realmente mucho más alarmantes. Aceptamos con naturalidad tantas obscenidades a diario. No creo que los terraplanistas sean tan peligrosos. Son pocos.

Que crean lo que quieran.