Llueve. Siempre que llueve es en Buenos Aires. Me despiertan las gotas golpeando sin ritmo la baranda metálica del balcón del lavadero. Y me levanto nostálgica. Y porteña, aún con todo un océano de por medio. Y abro la ventana para respirar esa humedad que me es tan necesaria y que me transporta.

No soporto el ventilador del CPU, ni que arranque la heladeraꓼ la tos del vecino, los dedos en las teclas. Me detengo. Solo quisiera escuchar la lluvia. Y nada más.

La lluvia en Buenos Aires tiene el olor de la tierra y los jazmines y las rosas. Del café, de las tostadas. Tiene la radio encendida y un trapo debajo de la puerta. Tiene el pelo mojado y los vidrios empañados y lo impregna absolutamente todo.

La lluvia en Buenos Aires es una foto en blanco y negro. La gente corre. Cuerpos impermeables sin cabeza. Paraguas negros. Las botamangas mojadas en los charcos. Las piernas mojadas por los colectivos y los taxis que pasan y salpican toda esa agua que no cabe en los desagües. Es el ruido de las ruedas sobre el asfalto mojado. Es quedarte apretado entre los desconocidos al amparo de una cornisa hasta que pare, hasta que cambie el semáforo, hasta que se haga tarde. Porque no hay paraguas que resista. Y ya se te calaron el abrigo y las botas.

La lluvia en Buenos Aires es una foto de Sara Facio en un libro de tapas duras.

Sara Facio es la culpable de esa imagen que tenemos impresa en la retina. Esa fotografía en sepia que perfila nuestra primera asociación a tantos nombres. Nuestro retrato mental de Pizarnik, Cortázar, María Elena Walsh, Borges, Mercedes Sosa, Neruda, Sábato, García Márquez, Astor Piazzolla.

Ella misma sintetiza su obra fotográfica con estas palabras:
«Lo que yo hago en fotografía es para lograr que el día que yo me muera no digan que se murió una vaca, sino que se murió una persona que vio eso. Y lo que yo vi está en mis fotos. Como si dijera: ésta es mi ciudad, mi gente, la que admiro, la que me gusta. Ese es mi canon.» Sara Facio (Argentina) · 18 de abril de 1932.

Ojalá cada uno de nosotros pueda llegar a hacer lo que tiene que hacer. Pueda tener suficiente valor y certeza para conseguirlo. Ojalá cuando cada uno de nosotros se muera exista al menos una persona que pueda decir: esto es lo que esta persona sintió, lo que pensó, lo que escribió, lo que vio, lo que hizo, lo que dio.

Ojalá podamos inspirar a alguien. Ojalá podamos haber sido lo que teníamos que ser, a pesar de todo.