Jostein Gaarder nació el 8 de agosto de 1952. Si suena en sus cabezas el nombre de este escritor noruego será seguramente por su novela El mundo de Sofía, una obra de ficción que recorre la historia de la filosofía.

Gracias al placer inmenso que me produce leerles a mis hijos antes de dormir, aunque ya con sus 8 y 12 años puedan leer ellos por sus propios medios perfectamente, empezamos El mundo de Sofía hace unos meses atrás. Y aunque la historia les atrapó y nos quedábamos la mayoría de las veces dedicando más tiempo a hablar sobre las preguntas que nacían en sus curiosas y arborescentes cabecitas a partir de la narrativa de Gaarder que a la lectura propiamente dicha, llegó un momento en el que se agobiaron con lo mucho que faltaba para terminar. Y, aunque no claudiqué tan fácilmente, llegó también el triste día en que tuvimos que devolverlo a la biblioteca sin haberlo acabado y esperar irremediablemente unos días para poder pedirlo en préstamo otra vez. Paciente y entusiasmada me acerqué al pasillo de literatura juvenil y encontré en la letra G, no solo más ejemplares de El mundo de Sofía, sino otros muchos libros de Gaarder, bellamente encuadernados con sus tapas duras y sus lomos amarillos y azules de editorial Siruela ¡y muchas menos páginas! Y así fuimos descubriendo, gracias a esas múltiples coincidencias y a mi deseo de seguir con la literatura filosófica -o la filosofía literaria- en nuestras lecturas nocturnas…La biblioteca mágica de Bibbi Bokken, El castillo de las ranas, Los enanos amarillos, Los niños de Sukhavati y El misterio del solitario. Y qué maravilla, porque quedan muchos más títulos por descubrir.

En todas sus novelas construye mundos paralelos, múltiples realidades dentro de la realidad; desvela, a través de los recursos de la ficción, la existencia de ámbitos superpuestos y presenta una compleja red de dimensiones sincrónicas complementarias y en sintonía. La estructura, el contenido, el texto, el subtexto y la propia forma de contar y enlazar los hechos están planteados desde un punto de vista filosófico. Cada parte, desde lo general hasta lo particular, desde la idea hasta los pequeños detalles, emana y se estructura desde y hacia el pensamiento filosófico. No solo enseña filosofía, sino que enseña a filosofar. Enseña a preguntarse y a ampliar la manera de enfrentar la realidad. Abre con sigilo y maestría la posibilidad de ver a través, de imaginar una ventana donde creíamos que había un muro, de inventar una pregunta donde parecía haber solo respuestas, de dudar y replantear, de imaginar y buscar siempre más allá, de expandir la realidad, la certeza, la verdad hacia nuevos límites, siempre flexibles, siempre abiertos, siempre permeables, invitando a explorar, y a gozar con el proceso más que con la meta.

Celebro la obra de Gaarder. Celebro las casualidades y causalidades y todas las sincronicidades que me llevaron al pasillo de la letra G y consiguieron que sus palabras llegaran traducidas a mis manos, y llenaran de imágenes y de preguntas las noches de lectura y las curiosas cabezas de mis hijos. Celebro esos días prestados en que el libro me espera encima del escritorio al lado de sus camas, deseoso de volverse voz, siempre dispuesto a abrirse paso y trazar caminos y a enseñarles a amar la sabiduría a la hora de conciliar el sueño.