Escribir. Escribir siempre hizo que me sintiera yo misma. Escribir siempre ordenó mi cabeza. Escribir es una necesidad para mí. Aun así, no lo hago. Aun así, no lo hice por mucho tiempo. Aun así, y como en tantos otros ámbitos de mi vida, sigo haciendo lo que no debería hacer. Por miedo, por culpabilidad, por inercia. No se puede vivir con miedo de ser uno mismo, de ser lo único que vale la pena ser en esta vida. No se puede vivir por inercia sin que eso signifique condenarnos a la infelicidad, a la depresión, a la mera supervivencia. No se puede pretender que las cosas vayan mejor si seguimos haciendo lo mismo que nos condujo al desastre.
Por eso decido escribir. Escribir para empezar a ser yo misma. Escribir para empezar a hacer todas las cosas que quiero que me definan. Que me hacen ser yo y no cualquier otra persona. Que hacen que tenga sentido vivir. Que me dan energía para ser y hacer todas las cosas que nadie en su sano juicio puede tener ganas de hacer pero debe hacer, porque en esos términos está planteada en gran parte esta vida.
Escribir para vivir. Para vivir también en términos de supervivencia. Para vivir como sinónimo de agradecer que nuestros pulmones reciban oxígeno cada segundo. Para vivir y ser consciente del milagro que supone que nuestro corazón lata y haga correr la sangre por nuestras venas. Escribir porque sin escribir esto no sería vida y este ser vivo no sería yo sino cualquier otro cuerpo que simplemente respira y se alimenta y duerme y se despierta, pero no vive.
En el camino entre pensamiento y pensamiento, entre palabra y palabra, irán apareciendo uno a uno: el miedo, la culpa, mis propios enemigos, la obligación, la rutina, los roles establecidos; y uno a uno deberé etiquetarlos, callarlos, ponerlos en su sitio, mirarlos de frente y hacer que se enteren de que no son ellos quienes me definen, sino yo. Que esta mujer no tiene miedo, no siente culpa, no necesita que la admiren, no espera la aprobación de los demás. Esos fueron durante tanto tiempo los muros de mi cárcel, esos los barrotes de mi prisión, esos los perversos mecanismos de mis propias máquinas de tortura. Ahora descubro una puerta, descubro tantas ventanas, descubro un mundo, tan maravilloso, allá afuera. Ahora las palabras dibujan mis alas, esbozan mi contorno, develan, construyen un vano, y me hacen libre. Allá afuera, estoy yo. Siempre lo estuve. Allá afuera, completa, plena, latiendo, viva. Despierto, me reconozco, me rescato y escribo.