El mito de Pigmalión narra la historia de un escultor que, tras múltiples fracasos en materia amorosa, decide renunciar a la búsqueda de una mujer real a la que entregar su amor y se propone esculpir en mármol cuerpos femeninos que se acercaran al ideal que no había conseguido encontrar. Al acabar su última creación, a quien llamará Galatea, se siente profundamente atraído y se enamora de ella. Afrodita, conmovida por la tristeza y soledad de Pigmalión y por la sincera intensidad de su naciente y platónico amor, se compadece y decide poner fin al sufrimiento del escultor dando vida a Galatea.

Como en otras tantas ocasiones, la psicología se ha valido de los personajes mitológicos y sus historias para explicar y comprender algunos patrones de conducta y trampas emocionales que a menudo condicionan nuestras vidas. En relación con el mito de Pigmalión se puede hablar del llamado efecto Pigmalión y sus puntos de contacto con la profecía autocumplida.

Llamamos efecto Pigmalión al resultado que tiene sobre el comportamiento y la imagen de sí mismo que pueden tener las expectativas, las exigencias y las afirmaciones que se hagan sobre una persona, principalmente por parte de sus padres y maestros durante la infancia. Al final, a fuerza de escuchar lo que los demás ven, lo que los demás interpretan y esperan de nosotros, y guiados por la necesidad primordial de aceptación y amor, terminamos amoldándonos, encajando, cumpliendo con esos designios, aunque no sean verdad. Preferimos ser lo que los demás esperan de nosotros mismos que pagar el precio de la soledad y la incomprensión. Pero, para cuando se tiene madurez, conciencia y autoestima suficientes, puede ser ya demasiado tarde.

En relación a las altas capacidades se da muchas veces el llamado efecto Pigmalión negativo, que no es otra cosa que la mímesis que sufren los niños y niñas de altas capacidades al ver su identidad, su valía y sus necesidades totalmente desatendidas, subestimadas e ignoradas. Terminan cumpliendo con la imagen, el rol y patrón de comportamiento que se espera de ellos, aunque esto los aleje dolorosamente de su naturaleza y de su ser, coarte su personalidad y reduzca enormemente el desarrollo de sus capacidades y talentos.

Lo más saludable sería, claro está, que la atención y tolerancia ante lo inusual y diferente, en el ámbito que sea, fuera una prioridad impostergable. Pero la realidad es que la inmensa mayoría de niños y niñas con altas capacidades siguen sin diagnosticar, y de la minoría que conoce su condición, un alto porcentaje sigue sufriendo las consecuencias de una sociedad y un sistema educativo que no están formados ni preparados para atender a sus demandas. El riesgo del efecto Pigmalión negativo aumenta con la adolescencia y puede acarrear desmotivación, frustración y una sensación de aislamiento e inadaptación que muchas veces deriva en ansiedad, depresión y en el fracaso escolar.

Es un derecho de todo niño manifestar su individualidad, su propia personalidad, inteligencia, creatividad, motivación e intereses sin tener que esconderse, amoldarse y mucho menos avergonzarse por eso.

La obra Las metamorfosis de Ovidio nos relata así el mito:

Pigmalión, en sueños, se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda bajo los rayos del Sol y se deja malear, tomando distintas formas, haciéndose más dócil. Al verlo, se llenó de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba a sí mismo. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas latían al explorarlas con sus dedos.

Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, que conmovida le dijo “mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has creado. Aquí tienes a la mujer que has soñado. Ámala y defiéndela del mal”.

Y así Galatea se volvió humana.

Ojalá la simbología del mito de Pigmalión solo encontrara sentido en la expresión de la propia personalidad, no idealizada ni guiada por el deseo de perfección, ni de un amor platónico dirigido hacia una fuente de felicidad externa a nosotros, anhelada y representada por el amor romántico como antídoto contra la soledad. Ojalá la simbología del mito nos llevara a la búsqueda de nosotros mismos. Y de transformarnos en ese ser que se forja y consolida a través del trabajo diario, un ser a quien amar y defender del mal.

Ojalá el único efecto Pigmalión que se aplicara al desarrollo infantil fuera el positivo, aquel que se produce cada vez que un padre, una madre, un maestro motivan y potencian la autoafirmación a través de la tolerancia, el respeto, la aceptación, la sinceridad, la confianza y el apoyo incondicional, únicos pilares sobre los que se consigue el desarrollo integro de la personalidad y el autoestima y se consigue encauzar y dar forma a la creatividad, la capacidad y el talento.

 

Imagen © Elisabeth Caren