Hace tiempo que quería escribirte una carta. Pero una de puño y letra. Entre los correos electrónicos, los mensajes y las llamadas por Internet, parece que empezáramos a evitar la costumbre. Hace tiempo que quería escribirte y no me daba cuenta. Y creo que es porque no quería enfrentarme a tantas cosas que quisiera decirte y no te digo, que quisiera sentir, y casi no siento.

Primero es esa sensación de insoportable distancia, que uno no sabe bien cómo acortar, y que dura bastante, tanto como para perder la cuenta de cuánto tiempo duró. Después vienen los engaños mutuos, las mentiras piadosas: “cuando te quieras acordar ya va a ser marzo, vas a ver, primero tu cumpleaños, después las fiestas, y ya cuando se acabe el frío vas a estar preparando las valijas”. Y todas son frases disfrazadas, palabras sustitutas que lo único que intentan es no tener que decir la verdad. No tener que decirte que es tan extraño y tan insoportable no tenerte que tengo que hacer de cuenta que no tengo ganas de escribirte una carta. Y no es tan difícil, ya sabés, porque la rutina es implacable en ese sentido. Cuando te querés acordar llegó la noche y otra vez aplastaste la almohada con la cabeza y pasó otro día sin que pensaras en nada, sin que fueras nada, sin que sintieras nada.

Ahora me vine acá, al Jardín de la Isla, y me senté en un banco, y veo el río, y escucho el agua corriendo sobre la presa, y miro las hojas verdes del magnolio. Por suerte ya hace suficiente frío y como es día de semana no hay nadie. Y puedo escuchar mejor. Y escucharme también. Y pienso en todos los mundos que hay adentro del mundo. Vivimos en mundos fabricados de retazos de historias y lugares, y de memorias y personas, y de rutinas y cosas, y palabras y silencios, y llenos y vacíos. Cada uno vive en el suyo, un irrepetible, único y solitario mundo.

Me pregunto cómo podés estar y no estar, vivir y no vivir en el mío. Me pregunto cuál será más real, si en el que estás o en el que no. Y me pregunto esto porque no puedo creer que sea el mismo, que pueda ser uno solo. ¿Ves por qué estaba evitando escribirte? Porque ahora seguro que estás preocupada, pensando que no estoy bien, que estoy deprimida, o que me volví loca. Pero no te preocupes. No te preocupes porque si no me freno y dejo de decirte tantas cosas que quisiera decirte, y dejo de sentir tantas cosas que quisiera sentir y casi no siento.

Mirá, ahora acá hay dos gatos dando vueltas atrás del banco, buscándose, escondiéndose. Ellos lo tienen más fácil. Uno los mira y fácilmente se da cuenta que son dos, y que están juntos. Pero si alguien pasa por el borde del río y me ve acá sentada en el banco, lo primero que va a pensar es que estoy sola. Nunca se darían cuenta de que estoy con vos. De que estoy del otro lado de toda esta agua que después de ser Tajo será Atlántico, y después Río de la Plata. Por eso esto de los mundos es tan contradictorio. Porque yo estoy con vos y vos no tenés ni idea. Porque estoy acá diciéndote tantas cosas que tenía ganas de decirte y vos no me estás escuchando. Y seguro que cuando estés leyendo esto que te escribo, cuando estés conmigo sentada en este banco en el Jardín de la Isla, mientras escuches el agua golpeando la presa, yo voy a estar haciendo algo tan trivial como ponerle pasta al cepillo de dientes, o hacer ruido con la silla antes de sentarme.

Vamos a hacer una cosa. No me llames cuando leas esta carta. Escribime. Y contame dónde estás. Y qué estás pensando. Y a qué huele, y qué suena. Y cómo es tu mundo que no es el mío. Porque estoy segura de una cosa. De que si aprendemos a jugar este juego, y si respetamos las reglas, y buscamos un silencio donde escucharnos, y un vacío donde llenarnos, y un lugar donde encontrarnos, un día, vos vas a estar jugando con tu collar y yo voy a estar dibujando con el índice y el pulgar el borde del mío; vas a tomar el primer sorbo de tu té y yo voy a estar sirviéndome el mío; vas a dar vuelta la página y yo voy a estar leyendo el primer párrafo; vas a guardar las llaves en la cartera y yo voy a estar girando el picaporte. Y cuando te quieras acordar ya va a ser marzo. Y si alguien nos pasa por al lado se va a dar cuenta de que somos dos, de que estamos juntas, de que nuestros mundos son ahora un solo mundo, de que no hay más engaños mutuos, ni palabras sustitutas, ni contradicciones. Y vamos a poder decir todo lo que queramos decir, y sentir tantas cosas que quisiéramos sentir, y casi no sentimos.