Hoy es 21 de diciembre. Hoy empiezan muchas cosas. Empieza el invierno. Empiezan las vacaciones de Navidad. Empieza la cuenta regresiva para que se acabe el año y estrenemos el calendario de 2019, con todos sus días por planificar y celebrar, por atravesar y significar.

Empiezan las vacaciones, tan deseadas como temidas, tan idealizadas como frustrantes, tan esperadas como estresantes. Quince días por delante donde pareciera estamos obligados a ser felices, generosos y a amar a toda la humanidad, cuando en realidad sabemos que tendremos que enfrentarnos a tantas situaciones que parecen idealizadas y congeladas en una postal maravillosa de la familia en torno al hogar, las botas de lana colgadas en la chimenea, el árbol atiborrado de regalos y la nieve cayendo idílicamente al otro lado del cristal mientras suenan risas y música y huele a carne asada. Parecen perfectas pero no lo son.

Como en otras ocasiones hemos hablado de la alta sensibilidad, de la angustia existencial, de profecías autocumplidas, de miedos, pensamientos arborescentes, motivación, de la envidia, del miedo, de la sensación de no encajar, de la idealización y las expectativas siempre tan lejos de la realidad, de las paradojas, de la vergüenza, de la sensación de que el mundo y la realidad se quedan pequeños; hoy de repente pareciera que todos estos temas cobran un enorme sentido y se nos ponen delante de cara a unas semanas venideras donde deberemos afrontar situaciones que pondrán a prueba toda nuestra resiliencia, tolerancia, autoconciencia, autoestima, salud emocional y empatía.

Porque claro que es verdad que merecemos estas vacaciones, que estábamos esperando poder desactivar la alarma del despertador aunque sea por unos días, que soñamos con reencontrarnos con amigos y familiares que no vemos hace tiempo, que queremos repetir el ritual de sentarnos a la mesa, esperar a las 12, abrir los regalos, emocionarnos con la ilusión inocente de los niños debatiéndose un año más entre creer y no creer, conseguir comernos las 12 uvas sin atragantarnos en el intento y en perfecta sincronía con cada campanada desmontando los peores fantasmas si contamos mal, si nos faltaba una, si nos quedan dos en la mano y ya todo el mundo está emocionado y dándose abrazos y el año recién empezó y ya arrancamos metiendo la pata. Pero también es verdad que no estamos tan felices y contentos, tan relajados y descansados como quisiéramos, como se espera. Que no tenemos tantas ganas de ver a toda la familia, que no queremos enfrentarnos a las mismas preguntas y las mismas miradas, que no queremos tantos compromisos justo en estos días que esperábamos aparcar toda obligación, que no queríamos gastar tanto, que no debíamos comer tantísimo, que no nos daban muchas ganas de negociar, que teníamos miedo de no estar a la altura, que por momentos pensábamos ¡qué bueno cuando llegue al fin el día 8! Sabíamos que iba a haber alguna silla vacía, que iba a faltar algún plato, algún abrazo, alguna mirada; que otra vez había que hacer de cuenta que teníamos todo controlado, cuando no era así, que teníamos que estrenar con ilusión una lista de propósitos cuando ya teníamos demasiada experiencia previa como para creer que esta vez los íbamos a llegar a cumplir.

Así que, expuesto todo lo anterior, no queremos desearles una feliz navidad, ni unas felices vacaciones. Ni queremos tampoco darles una lista de consejos para sobrevivir a las fiestas con dignidad. Solamente queremos que, si se sienten identificados con algo de todo lo anterior, sepan que no están solos. Y, sobre todo, que recuerden que no hace falta hacerlo bien, que no hace falta ser felices, que no hace falta que todo salga a la perfección y tengamos cada día unas ganas desbordantes de divertirnos, celebrar y estar rodeados de gente. Lo que realmente queremos es desearnos y desearles que seamos capaces de aceptar y respetar lo que sintamos y lo que necesitemos en cada momento. Que seamos valientes como para ser sinceros con nosotros mismos tanto para disfrutar como para preservarnos, tanto para festejar como para buscar momentos de calma y tranquilidad. Y por sobre todas las cosas, que seamos capaces de agradecer. De ver todo lo que tenemos. Porque no hace falta hacer ningún enorme esfuerzo. No hace falta comprar nada. No hace falta vestirse tan elegantemente. No hace falta comer como si fuera la última cena. No hace falta ser tan complaciente y agradable y tener la casa impecable y estrenar mantel. Ya tenemos tanto. Tantísimo. Quizás sea una buena idea más que listas de regalos, más que listas de la compra, más que listas de invitados, más que propósitos irrealizables para el año próximo, sentarnos en calma a escribir una lista de al menos diez cosas que agradecemos tener. Y que cuando lleguemos a la número diez nos demos cuenta de que en realidad se quedaba corta y que podían ser veinte, o incluso más. Tantas cosas que ya tenemos, que no se compran, que no se regalan, que no se piden, que no se caducan.

Así que si queremos desearles algo puede que sea eso. Que sean capaces, que seamos capaces de hacer una larga lista de todo lo que ya tenemos y no deberíamos esperar a estas fechas para ver y sentir y agradecer.

 

The Clean Cut: Regalos inesperados