Si indagamos en el origen y el sentido de los pilares de la civilización, aquellos donde creemos poder hallar las respuestas a todas las preguntas que nos atormentan; nos encontraríamos con un terreno más débil del que hubiésemos esperado. En lugar de respuestas, encontraríamos más interrogantes y contradicciones.

En la obra de Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche podemos encontrar, aunque desde ópticas diferentes, una visión de las creencias religiosas como prisión que, aunque construidas con muros de fundación débil o dudosa, han sumido a la humanidad en un infantilismo psíquico y un debilitamiento de la voluntad que le impiden su progreso y evolución tanto a nivel individual como social. El análisis de este tema desde estas dos perspectivas plantea preguntas de difícil respuesta ¿Por qué ha tenido el hombre que creer en un ser superior? ¿Obedece este patrón a una necesidad inherente al ser humano? ¿Está esa necesidad siendo aprovechada y utilizada para la dominación de las masas? ¿Qué vigencia tienen estas creencias hoy en día? ¿Cómo se ha expresado este fenómeno a través de la arquitectura?

Interpretando la obra de los autores citados se puede trazar un posible camino para encontrar algunas respuestas. Desde la psicología, analizando el comportamiento del individuo y de las masas. Desde la filosofía, analizando los fenómenos religiosos y su repercusión sobre el individuo y sobre la sociedad.

 

Freud

 

Basándose en el mito darwiniano, Freud reelabora en su obra “Tótem y Tabú” el origen de las instituciones sociales y religiosas y de los preceptos morales que el hombre arrastraría desde su prehistoria. El mito hace referencia a una horda primitiva sobre la cual el padre tenía absoluta supremacía y absoluto derecho sobre las mujeres del grupo. Sus hijos, para acabar con la prohibición de poseerlas, lo matan y devoran su cadáver, apropiándose así de su fuerza. La pelea posterior entre los hermanos por la superioridad llevará al arrepentimiento por el crimen y a la auto imposición de las mismas prohibiciones que existían en vida del padre. Se produce una exacerbación del poder paterno después de la muerte, y se origina el totemismo como primer atisbo de lo que posteriormente serán las instituciones que regirán y coartarán los instintos primitivos de los hombres en favor de la civilización. Pero este mecanismo no es inocuo, Freud va a describir como el individuo, bajo las normas impuestas por las instituciones y su entorno cultural, se ve inmerso en un profundo malestar. Las razones que atribuye al malestar del hombre en la cultura son: la conciencia de la caducidad de su propio cuerpo, la supremacía de la naturaleza y la incapacidad de las instituciones para regular las relaciones con sus semejantes, de modo que sean justas y placenteras. Posteriormente analiza las posibles salidas que se buscan como paliativo contra el displacer: distracciones para evadir la angustia, satisfacciones sustitutivas para reducirla y narcóticos para insensibilizarla.

En este contexto, las creencias religiosas vienen a cubrir de una forma u otra todas las salidas, llenando el vacío de preguntas en que el hombre se siente víctima de una cultura que él mismo ha erigido y contribuye cada día a sostener. Siguiendo esta teoría se pueden descubrir los mecanismos que actúan sobre el individuo y sobre la masa creyente. Freud asemejará el fenómeno religioso a una especie de neurosis traumática colectiva. La estructura de la neurosis podría desglosarse de la siguiente manera: Existiendo un trauma en la infancia temprana, la psiquis genera una defensa enviando esta vivencia dolorosa al subconsciente, donde permanecerá latente y reaparecerá en forma de neurosis como un retorno de lo reprimido, ya sea por un debilitamiento de las barreras que impone la conciencia, por un refuerzo de ese instinto reprimido, o cuando alguna vivencia recuerda y reanima por su similitud aquello que se mantenía oculto.

Hay, de esta manera, numerosas analogías entre la interpretación del mito darwiniano, la neurosis y las creencias religiosas. La religión monoteísta, tanto la judía como su derivada cristiana, tendrán en común la presencia de un padre todopoderoso que ocupa en la conciencia colectiva el lugar del padre de la horda primitiva.

Es llamativa la semejanza entre el rito cristiano de la comunión y el banquete totémico, donde la fuerza se consigue a partir de la ingesta del cuerpo. El cadáver del padre en el mito, la carne del animal totémico sacrificado en los ritos posteriores, el cuerpo de Cristo en el cristianismo.

Cristo ocupa nuevamente el lugar del padre a quien volvemos a matar. Esa será nuestra gran culpa, que solo la muerte podrá expiar.

Cabe preguntarse ¿Por qué cree la masa que alguien inocente debe morir por nuestros pecados? ¿Cómo puede trasladarse el mecanismo individual de la neurosis a la masa? ¿Qué beneficios nos brinda creer en estos constructos? ¿Cómo se imprimen en lo más profundo de los pueblos logrando una tan efectiva renuncia del instinto?

La eficacia de estas creencias, según Freud, se basa en que vienen a instalarse sobre algo latente en nuestro inconsciente que consiguen reactivar. Así como los hechos de nuestra primera infancia nos dejan fuertes e imborrables huellas psíquicas, existirá a nivel social algo similar y acaparable a lo que es el instinto animal que se transmite genéticamente. Esto es lo que se llamaría en el ser humano herencia arcaica y es lo que justifica que los conceptos aplicables al individuo funcionen de manera similar en las masas, si aceptamos como real que el crimen parricida se encuentra impreso en nuestro inconsciente colectivo. Así es como cobra eficacia la culpabilidad por la muerte de Cristo, rememorando aquella culpa previa inscrita en nuestra memoria filogenética.

Uno de los pilares de sostienen la creencia en un Dios que nos ampara y nos protege será la añoranza del padre, al que se admira, en quien se confía, a quien se teme.

Ya los antiguos filósofos griegos afirmaban haber tenido que crear a los dioses porque las leyes no alcanzaban para evitar que los hombres se mataran. Había que introducir el control desde dentro, una vigilancia psíquica. La cultura del miedo solo tiene sentido a través de la semejanza con la presencia de un padre al que se adora y teme en igual medida. Venerarlo será lo que nos da amparo.

Hay un mecanismo aún más complejo que explica el beneficio de creer y tiene que ver con los destinos del instinto. El deseo instintivo no encontrará satisfacción mas directa que a través del acto que lo aplaque. Pero este impulso topa contra la dura corteza del “yo” que genera culpa y reprime, por lo que se llama “principio de realidad” al enfrentarse a las posibles consecuencias de los hechos. Se produce así la represión del deseo. Si esto acabara aquí generaría una tensión y una incomodidad causada por la isatisfacción del deseo primitivo. Vendrá a su rescate el mecanismo del “superyó”, del deber ser, que nos recompensa por no hacerlo; nos hace sentir orgullosos de no haber accedido a ese deseo.

De forjar el superyo se han encargado primero los padres y después sus sustitutos: las instituciones. Este sería entonces el beneficio de creer y la explicación de cómo conseguir la represión del instinto. Renunciar al instinto será algo moralmente aceptado y tranquilizante. Sabemos que actuamos de tal modo que nos aseguramos merecer el amor del padre, que somos capaces de cualquier sacrificio a cambio de su amor, y lavamos la culpa de haberlo matado demostrándole arrepentimiento y veneración.

¿Cómo se arraigan tan fuertemente entonces las creencias religiosas? Porque atacan a nuestro niño y transforman a la masa en un rebaño dócil, una banda de niños perdidos sin su guía, sin su jefe, unidos a él por un lazo afectivo, el lazo más fuerte que puede hallarse dentro de la psiquis ¿Qué puede ser más efectivo para contagiar a las masas que el amor? Solo el amor hará perder la propia identidad, la propia voluntad, generando una nueva, disminuyendo el ego para poner al otro por encima. Amarás al prójimo como a ti mismo.

Lo que Freud se plantea en “El porvenir de una ilusión” es que el hombre debe, de una vez por todas, superar ese infantilismo psíquico del que es víctima. La religión ha dado al ser humano un consuelo, una razón para vivir, un sentido; ha prometido un porvenir que compense el sufrimiento terreno, y lo ha mantenido dentro de un orden que posibilita, junto con las demás instituciones, la vida en sociedad. Pero no podemos negar que no ofrece garantías, que no ha hecho a los hombres más felices, que no ha eliminado el malestar y la represión de los deseos. A partir de los avances de la ciencia, el hombre se ha cuestionado la veracidad de las doctrinas que sus antepasados sostenían sin dudar como el origen y la razón de su existencia. Tampoco pueden culparse a los avances científicos y cuestionamientos intelectuales de este malestar, ya que existía también en épocas en que las creencias religiosas no eran discutidas y regían totalmente. Los hombres no fueron antes ni más felices ni más sumisos.

¿Qué sucedería entonces si pudiera educarse a un hombre libre de tales creencias? ¿Libre de esas estructuras que le infantilizan e impiden su evolución? ¿Cómo podemos juzgar al hombre por su naturaleza inmoral, caótica o individualista sin precedentes de una humanidad sin debilidades ni represiones? ¿Cómo podemos juzgar al hombre sin habernos dado la oportunidad de conocerlo? ¿Quién puede afirmar que no sería mejor, en lugar de vendarle los ojos y asentar sus principios fundamentales sobre ilusiones incapaces de ofrecerle garantías, educarlo en el conocimiento de otra realidad, que afrontada desde un principio no resultaría angustiante sino liberadora? Si el hombre dejara de basar sus esperanzas en un futuro paradisíaco e incierto, buscaría respuestas en el ahora, que darían mas valor y sentido a su vida presente.

 

Nietzsche

 

Desde un punto de vista filosófico y con una postura mas agresiva y tajante, podemos encontrar en la obra de Nietzsche, fundamentalmente en “El Anticristo”, “La genealogía de la moral” y “Así habló Zaratustra”, un duro enfrentamiento a la religión cristiana como moldeadora de individuos dóciles, débiles, sometidos. Él no encuentra una razón fundada en la herencia arcaica y en la huella dejada por el parricidio, en la necesidad y añoranza del padre; sino en una compleja madeja de relaciones de poder que se han instalado en la sociedad debilitando la voluntad del individuo en favor de unos pocos que ejercen su supremacía y disfrutan de su superioridad.

Nietzsche llamará duramente al hombre cristiano bestia doméstica, bestia enferma, bestia de rebaño. El cristiano, según él, estaría forjado para ser débil y habría perdido absolutamente su voluntad, su identidad, teniendo una percepción invertida de los valores buenos por los malos. Nietzsche ve en esta debilidad una degeneración del ser, un estorbo contra la evolución del individuo. Para él la verdad no podrá ser nunca hallada por los hombres mientras su vida esté basada en unos ideales erróneos fundados en la veneración de lo ilusorio.

¿No es acaso sospechoso que se intente desposeer al creyente de sus bienes materiales? ¿La iglesia ha mostrado alguna vez signos de humildad? ¿No repartiría sino el mismo Jesucristo todo el oro del Vaticano entre los niños pobres del mundo? ¿Dónde están los ideales de espiritualidad, igualdad y amor hacia los semejantes?

Nietzsche ve al hombre como victima de un automatismo que lo lleva irremediablemente a la decadencia, y afirma que una de las estrategias más fuertes por las que ha triunfado el cristianismo es por haberse basado en el amor, colocando como cebo a una imagen deseable de hombre y de mujer: Jesucristo y la virgen María; para después imponer la castidad y así multiplicar la intensidad del deseo, a la vez que proclama un amor de Dios a todos por igual y el deber de amar al prójimo como a uno mismo. El amor será el estado en el que será más fácil que un hombre no vea la realidad, lo hará capaz de soportar cualquier sufrimiento. Una religión basada en el amor hará a los hombres aceptar las peores humillaciones sin verlas siquiera. Nietzsche afirma que ni los sacerdotes creen lo que profesan, sino que hacen creer a los hombres aquello que los transformará en rebaños dóciles.

Cuando el centro de gravedad de la vida es desplazado de la vida misma hacia la nada, todo pierde sentido. El pecado ha sido inventado para hacer imposible la elevación de la humanidad. Mientras la felicidad del noble se basa en la acción, el oprimido es feliz en la pasividad. Mientras el noble no guarda su resentimiento, el oprimido lo cree pecaminoso y elige apagarlo creyendo que en su debilidad radica todo su mérito. Equivoca la impotencia disfrazándola de bondad, el sometimiento en obediencia, el temor en humildad. Cree que es paciente cuando en realidad es cobarde, y siente que su miseria le prepara para la superioridad espiritual. Nietzsche afirma que así se fabrican los ideales en la tierra, manteniendo a los oprimidos esperanzados y favoreciendo su docilidad para sostener con su trabajo la perversa maquinaria del sistema. Se ha modelado un hombre absolutamente calculable.

A pesar de su diferencia de enfoques pueden encontrarse muchas similitudes con la visión de Freud. Ambos creen que el hombre debe evolucionar hacia un estado que supere el que las creencias religiosas le han impuesto, y que solo así se conocerá al hombre verdadero, aquel que duerme en lo profundo de sí mismo. A este hombre, a este súper hombre habría esperado llegar Nietzsche en un futuro; Zaratustra como ideal de la humanidad, el hombre que al fin ha logrado tomar el control de su vida y ha dejado de estar ciego ante lo que intentaban mostrarle sus amos, el hombre que se ha elevado finalmente hasta la cima de la montaña.

Foucault hizo su propia lectura en “Nietzsche, Freud, Marx” sobre la similitud entre el pensamiento de estos pensadores en la búsqueda de una terapéutica. La preocupación por encontrar una cura a la sociedad en Marx, al individuo en Freud y a la humanidad en Nietzsche.

 

Arquitectura gótica, un simbolismo sin precedentes

 

Resulta interesante analizar las características de la arquitectura gótica como máximo exponente de los conceptos más simbólicos de la moral cristiana, ya que el gótico ha surgido en uno de los momentos más significativos para el poder de la Iglesia, su presencia arquitectónica y con un crecimiento desmesurado en el número de creyentes. Esta relación no es casual, ya que las catedrales góticas han logrado con su espacialidad, su escala y su utilización y manejo de la luz, un efecto que Umberto Eco se habría atrevido a analizar como un antecedente de la publicidad.

Las catedrales fueron eficaces máquinas de persuasión. Fábricas de creyentes. Si analizamos la evolución desde el románico al gótico, podemos ver cómo los muros laterales de las iglesias se van desmaterializando, llegando a una transparencia y luminosidad sin precedentes. Este carácter etéreo que adquiere el muro de la catedral gótica no se debe simplemente a una evolución técnica y constructiva que permitió trasladar la estructura portante fuera del paramento, sino que tiene una fuerte carga simbólica. El espacio antes ocupado por el muro cerrado y lúgubre de la iglesia románica viene a ceder ahora su lugar al vitral. El vitral cumple una triple función: demostrar el poder de las familias ricas encargadas de donarlos, permitir el ingreso de una luz multicolor tamizada dentro del espacio sagrado, generando un sobrecogimiento del visitante y transmitiendo un sentimiento casi sobrenatural: la presencia de Dios materializado en el interior del recinto. Una tercera, y no menos importante, función didáctica; los pasajes bíblicos no eran accesibles a la masa, entonces había que encontrar una manera de adoctrinar, de enseñar las ideas a través de imágenes. La evolución de la técnica permitió además aumentar considerablemente la escala del espacio interior, generando en el súbdito una angustiante sensación de pequeñez. De esta manera, la arquitectura gótica reflejó y sustentó con fuerza los mecanismos opresivos de las creencias religiosas y con las herramientas propias del lenguaje arquitectónico confirma lo que expusieron Freud y Nietzsche sobre el adoctrinamiento y la sumisión de la masa creyente.

Freud descifró los mecanismos que hacían posible y necesario creer. Nietzsche desató la madeja de relaciones de poder que debilitaron la voluntad del hombre. La arquitectura gótica materializó la presencia del padre protector, omnipresente, inconmensurable, y moldeó con imágenes las mentes de los creyentes, empequeñecidos dentro de un luminoso, inmenso e inabarcable recinto sagrado.

 

Conclusiones

 

Freud y Nietzsche nos responden desde saberes y posturas diferentes acerca de la necesidad del ser humano de creer, y las consecuencias negativas que este sometimiento puede acarrear, pensando que el único objetivo deseable debería ser la superación del hombre por el hombre mismo.

Si nos preguntamos sobre la vigencia de estas formulaciones, podemos afirmar que ambos han sido visionarios al prever un debilitamiento de la creencia y una búsqueda de respuestas que la religión ya no podría satisfacer.

Con relación a la arquitectura; así como en su momento el gótico fue un fiel reflejo del poder de la iglesia cristiana y supo servir a sus intereses, es importante observar la fuerza de la imagen desde la catedral gótica hasta la actualidad, no solo en la arquitectura, cada vez más invadida por la publicitario y lo escenográfico, víctima de una globalización que absorbe las identidades culturales en favor de una imagen global que consumir; sino en múltiples aspectos de la realidad que rodea al individuo y lo vuelve un autómata, absorto dentro de una vida superflua, carente de indagación, evadido en nuevas cegueras, atrapado detrás de nuevos velos que lo alejan de la búsqueda de sí.

 

Si en el pasado la religión invadió las conciencias tiñendo la realidad, impidiendo una evolución hacia la búsqueda de nuevos y genuinos caminos ¿Es éste el camino a seguir? ¿No se continúan fundando los más altos principios sobre bases efímeras? ¿Se seguirán acaso reemplazando y desplazando los centros de gravedad hacia ejes siempre ilusorios? Si el capitalismo se basó, según Marx, en el fetichismo de la mercancía, el mundo entero girando entorno a algo tan absurdo como la moneda ¿Será que el hombre podrá llegar a descubrir que el más auténtico y sublime tesoro solo lo encontrará dentro de sí?